literatura. cuentos contra el virus. 21

'La tercera mano', un relato de Pedro Bosqued

El escritor y farmacéutico y crítico literario ensaya una ficción donde se alían el ámbito palaciego y la música

Pedro Bosqued. Cuentos contra el virus. 21
Imágenes y colores para una ficción de Pedro Bosqued sorpresas con fondo palaciego y musical.
Víctor Meneses.

Marin Marais salió de su casa, en la calle Bertin Poirée, con paso descontrolado, mirar tramposo y hocico vibrante. Su boca todavía albergaba restos del venado del que estaba dando buena cuenta. La llamada de Palacio Real no admitía esperas, y la puntualidad no es virtud entre las personas que no han alcanzado la treintena. Esperaba hace tiempo audiencia con el Rey. Aún siendo joven, ya sabía que los Borbones siempre hacían su voluntad. Para eso se dejaban acariciar por el tibio nombre de Rey Sol.

Llegó ante su majestad y tras los protocolos inapreciados por el ya sudoroso Marais, le indicaron con la vista la viola de gamba que reposaba en la chimenea. La cogió sin reparar en el monarca, una viola supera todos los rangos para un músico, y tras diez minutos frenéticos, se hizo el silencio. El joven, exhausto, espero algún sonido, ya no un aplauso. Veinte segundos después, un simple: «Le avisaremos», le hizo ver que podía regresar a su ya frío venado. Aún hoy no se sabe si se lo terminó o le sentó mal o sudó como si no parase de trotar.

Monsieur Garnier no tuvo que trotar ni sudar. Vivía cerca del Palacio Real. Entre otros motivos, porque sabía que pronto sería llamado a audiencia. Ya superada la cuarentena, no quería que una sanitaria, de las que siglo tras siglo no dejan de pedir turno para hacer acto de presencia a pesar de la incredulidad e incongruencia de las personas, le cogiera fuera de París el día que fuese reclamado. Atendiendo a lo recargado de palacio, al barroco que le gustaría tener confinado en su casa, olvidó postrarse ante el monarca. Éste, por no mostrar palabra, prefirió señalarle con la mirada la viola de gamba antes que observar de qué color lleva el pelo un Garnier.

Ni el encontrarse tan cerca de casa, ni el tiento que da ser padre en cuatro ocasiones, evitaron que al cesar de vibrar las cuerdas de la viola comenzaran a hacerlo sus aletillas nasales. Escuchó por primera vez en su vida el ya reiterado en palacio: «Ya le avisaremos». No quería entrar en casa hasta que su nariz volviera a recuperar sus constantes vitales. Decidió tomar el aire con un paseo hasta el bosque y más allá. Aún hoy no se sabe hasta dónde fue su más allá.

Monsieur de Sainte Colombe, con paso calmo, mirada cálida y olfato sereno, caminó por el familiar empedrado callejero con mimo para no alterar su madera. Llegó con aliento acompasado, y ya todo fue despacio. Se inclinó ante el monarca tras observar su retina violácea; y aunque siguió la mirada real, no pudo menos que alterar su rostro al ver una viola de gamba junto a la chimenea. Pensó y sedimentó antes de decir algo que le llevara a huir. Nunca una madera tratada debe dejarse junto a una fuente de calor.

Sacó de la funda su viola de gamba. La acarició como había hecho los treinta años anteriores, y con el primer rasgado en palacio no se escuchó ni tos, ni estornudo de torpe ni grito de infante consentido. Cuando ya nadie recordaba que estaban en una prueba para el puesto de músico de cámara real, descansó la cuerda, y el silencio confirmó a los presentes que lo que acababan de escuchar no era un sueño.

Con la inclusión de la séptima cuerda, la viola aumentó su extensión una cuarta. Así imita todas las cualidades más bellas de la voz, que es el único modelo para todos los instrumentos. Al hombre que había dado semejante paso musical no se le conocía casa. En la guía de direcciones de la ciudad de París de 1692 se anunciaba a los maestros de viola. Junto al nombre de Sainte Colombe, un blanco tipográfico confirma que era un desconocido para el registro civil. Aún hoy, sigue ignorado.

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