literatura

Las raíces aragonesas de Jesús Munárriz, el gran editor de poesía en España

Lleva toda una vida consagrada a la literatura con la editorial Hiperión. Ha publicado a Rilke o Pessoa, pero también a los aragoneses Miguel Labordeta o Navales.

Jesús Munárriz en una reciente visita al Instituto Cervantes de Madrid.
Jesús Munárriz en una reciente visita al Instituto Cervantes de Madrid.
García Martín

Hablar de Jesús Munárriz (San Sebastián, 1940) es hacerlo de literatura con mayúsculas. Al frente de Hiperión –editorial que fundó en 1975–, lleva 45 años apostando por ese arte tan poco comercial pero tan enriquecedor llamado poesía. Premio Nacional a la mejor labor editorial cultural en 2004, en sus casi 1.200 referencias desfilan desde Rilke a Pessoa, pasando por Shakespeare, Stevenson y Oscar Wilde. Una labor que compagina con la de autor, con una fecunda obra a la que acaba de añadir ‘Y de pronto Rimbaud’.

«Editar poesía, más que un acto de inconsciencia es un acto de conciencia o de fe, de estar convencido de que la poesía es la quintaesencia de la literatura, lo mejor, lo que queda cuando la mayor parte de la prosa se va olvidando. Los más grandes autores son todos poetas: Homero, Virgilio, Safo, Dante, Cervantes, Shakespeare…, aunque escriban novelas o teatro. Los poetas perduran y perviven», argumenta al ser preguntado por la valentía que alimenta su trabajo.

El compromiso de Munárriz con la poesía es imbatible. Su actividad reivindicativa arrancó en los 60, sufriendo incluso algunos encontronazos legales. «Antes de Hiperión fundé con un grupo de amigos y dirigí una editorial de oposición o resistencia, que se llamaba Ciencia Nueva. Como era de prever, el gobierno nos la cerró. Luego ayudé a lanzar y consolidar en España la editorial Siglo XXI, mexicana de origen. Intenté abrir una editorial propia pero el ministerio no me daba permiso, mi nombre estaba en una lista negra de editores peligrosos. Así que para seguir ligado al mundo de los libros abrí una librería, Robinson. Finalmente, en 1975, cuando al dictador le quedaban ya pocos días, y solicitándolo a nombre de mi madre, conseguí el permiso para volver a ser editor, aunque la editorial se llamaba oficialmente ‘Isabel Peralta’ y tenía el domicilio en Pamplona. Y en la primavera de 1976 publicamos el primer libro, precisamente el ‘Hiperión’ de Höldelrin, que dio también nombre a la editorial y que yo mismo había traducido –soy licenciado en Germánicas–», rememora con germánica precisión.

En estas casi cinco décadas de admirable batalla, el catálogo de Hiperión ha realizado diversos guiños a Aragón. «Entre los primeros autores que publicamos estaba Miguel Labordeta, con una amplia antología de su poesía; también editamos a Ana María Navales y a Fernández Molina, al que se puede considerar maño. Pero sobre todo estoy muy orgulloso de haber publicado los tres primeros libros de José María Conget, la ‘trilogía romana’ (‘Quadrupedumque’, ‘Comentarios marginales a la Guerra de las Galias’ y ‘Gaudeamus’), un autor, Premio de las Letras Aragonesas, al que me sigue uniendo una gran amistad», asevera.

Pero los vínculos con la Comunidad no acaban ahí. Son mucho más profundos. Se enraízan en sus abuelos, que se instalaron en Zaragoza en 1920. «Mis abuelos, Jesús Munárriz del Villar y María Martínez de Eulate Lizarraga eran del lugar de Abárzuza, Navarra. Por un problema familiar, con ocho hijos y una pequeña ayuda, tuvieron que buscarse la vida en otra parte. Así que emigraron a Zaragoza, que entonces empezaba a industrializarse, y ahí se instalaron y trabajaron padre e hijos y aún les nació otro, la novena, que como zaragozana recibió el nombre de Pilar. Cuando nací yo, en 1940, me nombraron Jesús María, como mis abuelos», rescata.

Su padre, nacido en 1905, devoró su adolescencia y juventud en la capital aragonesa. «Empezó trabajando en la pastelería Ascaso, luego estuvo en Acumuladores Tudor y finalmente en Criado y Lorenzo. En 1936 escapó de la Zaragoza sublevada a Pamplona. Allí conoció a mi madre y al acabar la guerra se casaron en el Pilar porque ahí estaba la familia, aunque ellos (y yo, que nací el año siguiente) vivíamos en Pamplona. Para visitar a la familia viajábamos en al autobús de línea, al que llamaban ‘el flecha’. El cobrador, mutilado de guerra, liaba sus pitillos con el muñón del brazo izquierdo, es una imagen que se me quedó grabada con fuerza, como se ve, pues aún perdura. Recuerdo una reunión familiar de tíos y sobrinos el día de difuntos en el cementerio, pues mi abuelo murió ahí el 43. Los hermanos se fueron instalando en distintas zonas: el Paseo de la Independencia uno, la calle Porvenir otro, las Delicias… Recuerdo que jugaba con mis primos en las afueras, al lado de un cuartel, que mucho más tarde descubrí que era el palacio de la Aljafería», bucea en su disco duro vital.

Resulta incuestionable la intensidad con la que Munárriz ha manejado su existencia. Sus proyectos editoriales no han opacado otras vertientes, siempre vinculadas con las letras. Memorable fue su sociedad con Chicho Sánchez Ferlosio y Luis Eduardo Aute para la composición de canciones.

Y ha firmado varias decenas de poemarios, como este ‘Y de pronto Rimbaud’ que ahora presenta. «Reúne 66 nuevos poemas escritos en los últimos años. Mi poesía surge de la vida, del día a día, y por eso es muy variada, hay poemas de alegría y poemas de indignación, poemas celebratorios y poemas de rechazo, unos se ocupan de temas importantes y otros de pequeñeces, plantean temas humanos y temas políticos, en fin, como te digo, son como la vida, que cambia sin cesar y nos sorprende sin descanso. Eso sí, todos se atienen a las reglas de lo que siempre ha sido la poesía: medida, ritmo, música, armonía, lo que la diferencia de la prosa cortada en rebanadas, que últimamente tanto abunda y que pretende hacerse pasar por lo que no es», concluye.

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