El monumento a la Fosa Común de José Bueno cumple 100 años

Hace un siglo, los zaragozanos acudieron al cementerio para depositar flores a sus familiares y, también, al Monumento a la Fosa Común, obra de José Bueno

El monumento, el día de su inauguración, en un fotograma del filme que rodó Antonio de Padua Tramullas
El monumento, el día de su inauguración, en un fotograma del filme que rodó Antonio de Padua Tramullas
Antonio de Padua Tramullas/Filmoteca de Zaragoza

Tal día como hoy, hace 100 años, Todos los Santos tenía un protagonista claro en el cementerio de Torrero: la escultura de José Bueno que encarnaba el Monumento a la Fosa Común, un monumento del que hasta entonces carecía la ciudad. Todo el mundo depositó flores y coronas delante de las tumbas de sus familiares pero, también, se acercó hasta el grupo escultórico para dejar allí su ofrenda. La escultura se había inaugurado unos meses antes, en junio, en un acto ceremonioso al que acudieron las principales autoridades de la ciudad.

José Bueno (Zaragoza 1884-Madrid, 1957) es autor de obras emblemáticas en su ciudad natal, desde el Monumento a Alfonso I el Batallador a la ‘Mujer dormida’ de la plaza de Paraíso. El grupo escultórico que se puede contemplar en el cementerio de Torrero, por sorprendente que parezca, no lo concibió como Monumento a la Fosa Común. Bueno realizó está obra cuando estaba pensionado en Italia por el Gobierno español. Fue una especie de trabajo fin de curso que tituló ‘Humanidad’. El grupo (un modelo en yeso) viajó a España para participar en la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 1917. Y acabó formando parte de una exposición en el Casino Mercantil de Zaragoza un año más tarde.

Fue un artículo que publicó HERALDO en primera página el 23 de mayo de 1918 el que sugirió la idea de convertirlo en Monumento a la Fosa Común. Bajo el título de ‘Una idea admirable’, el periódico se hacía eco de la propuesta de «cierto amigo muy querido», que lo proponía como Monumento a la Fosa Común.

Según se supo el día de la inauguración, ese ‘amigo’ era Eugenio López Tudela, empresario hidroeléctrico, hombre culto y muy viajado, que enseguida encabezó con 200 pesetas (el doble de lo que aportaron el alcalde de Zaragoza o el pintor Ignacio Zuloaga) la suscripción popular para llevarlo a cabo. En apenas un mes se consiguieron las 11.000 pesetas necesarias, y el 15 de junio de 1919, un día más tarde de lo previsto porque una tromba de agua lo impidió, el monumento fue inaugurado.

Estaba cubierto con una tela morada y la bandera de Zaragoza. Lucía el sol y el acto se revistió de la máxima solemnidad. El Orfeón Donostiarra, invitado a la ceremonia, cantó el ‘Ave María’ de Usandizaga; la orquesta dirigida por Teodoro Ballo interpretó la ‘Marcha fúnebre’ de Chopin. Valenzuela La Rosa hizo gala de su prosa florida: «¡Cómo olvidarlos, si a esos muertos debemos los más preciosos tesoros: la fe, la hidalguía, la independencia, el amor a la libertad y la esperanza de un porvenir más justiciero!».

Intervinieron también Vicente Bardaviu, párroco de San Miguel, en nombre del arzobispo de Zaragoza, y el entonces alcalde, Pedro Calvo. No estaba allí el propio escultor, el artífice de la obra.

La amplia crónica publicada en las páginas de HERALDO apenas se apartó del tono informativo en un par de frases: «El sacerdote bendijo el grupo escultórico, y las preces de ritual, apagadas por el severo ritmo de la orquesta, dieron a la ceremonia una poesía y una emoción indescriptibles. Las gotas de agua bendita caían como lágrimas sobre el mausoleo».

Y desde ese día el monumento se convirtió en uno de los elementos capitales del cementerio. El 31 de octubre las autoridades hicieron un llamamiento a los zaragozanos para que depositaran flores en la fosa común. Y así lo hicieron. Al día siguiente el ayuntamiento dio ejemplo y depositó una corona en la tumba de Costa y otra en la fosa común. Y el 2 de noviembre de 1919 el monumento de Bueno amaneció con tres coronas y cientos de flores.  

José Bueno había realizado la escultura en 1916. Tras aprobarse que fuera monumento, los escultores italianos Buzzi y Gussoni, afincados en Zaragoza, la cincelaron en piedra caliza de Alicante. La escultura mide 2 por 1,80 x 0,75 metros y está firmada (J. Bueno) en el lateral inferior izquierdo de la parte frontal. Según destaca José Ramón Morón, Bueno dispuso el monumento sin pedestal, siguiendo el modelo de Rodin, y fue el primero de Zaragoza que acercaba así la escultura al espectador.

En las anatomías de los tres hombres desnudos se aprecia la influencia de Miguel Ángel.

El epitafio esculpido en la obra lo escribió Juan Moneva: «VOSOTROS, cuyos restos yacen aquí, a quienes hizo iguales la Naturaleza Humana, la Redención Divina y la niveladora muerte, no sois olvidados de todos. La Ciudad igualitaria porque cristiana, justiciera y piadosa os recuerda, os proclama suyos y os encomienda a Dios».

Antonio de Padua Tramullas, pionero del cine documentalista en Aragón rodó una película en la que el monumento es protagonista. Bajo el epígrafe de ‘Cementerio de Torrero’, en soporte de nitrato, la cinta reúne imágenes de dos momentos distintos pero estrechamente relacionados.

Por un lado, se ven imágenes de la inauguración del Monumento, acto al que asistieron las principales autoridades de la ciudad, y que se celebró la mañana del 15 de junio de 1919. Por otro lado, se incluyen imágenes del Día de Todos los Santos de ese mismo año, con cientos de zaragozanos acudiendo al cementerio de Torrero para depositar flores y coronas en la tumba de sus familiares pero, también, en el Monumento a la Fosa Común.

Con este material, la Filmoteca, con el patrocinio de Cementerios de Zaragoza, procedió hace unos años a elaborar un clip audiovisual de cuatro minutos de duración. Cecilio Vega fue el asesor de restauración y Javier Mosqueda se ocupó de la digitalización. El clip contó con música interpretada por La Banda del Canal y, en la edición de la Filmoteca, se le dio el título de ‘Las flores del amor’.

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