domingo

Raso pinta la vida en la piel del mundo

Este artista que aquí ven, en Mission District, en San Francisco, es un indomable aventurero que recorre el planeta con las agallas del joven maestro del arte callejero y, ante todo, del tatuaje.

El tatuador Aitor Arié.
El tatuador Aitor Arié.
Jorge Cabeza

Aitor Arié, alias Raso como grafitero, nació en Casetas (Zaragoza) en 1985 y desde joven descubrió pasiones inesperadas: pintar con espráis en fábricas abandonadas, piscinas o en las zonas industriales del barrio. Lo hacía con los mayores, con quienes precipitaba el crecimiento y las rebeldías y, quizá, la sensación de fracaso escolar. "Pintar y pintarrajear es como si lo llevase en la sangre. Lo he hecho desde muy pequeño. Soy un ignorante de historia del arte, ni siquiera fui capaz de acabar la ESO. Fui víctima de un sistema educativo excluyente, al menos lo fue conmigo. Nadie quiso entenderme ni me ayudó a mejorar. Por ello, ahora me siento orgulloso de lo que hago, de lo que puedo hacer y del lugar que ocupo. No soy un top en España del tatuaje, pero tengo mi sitio. Vivo de esto desde hace algunos años", confiesa, a la vez que reflexiona.

Aitor Arié, ‘Raso’, se sintió tentado, al principio, por los dibujos más o menos fantásticos, muy definidos, de sus colegas. "Como tatuador mi estilo es algo diferente: soy neotradicional, acuso la huella norteamericana, me muevo en la línea clara, con mucho negro y una cuidada elaboración formal", dice. La pregunta es: ¿cómo un alumno inadaptado se convirtió en un tatuador errante que pasea por un montón de lugares de Europa y de América? "Una de mis aficiones es el ‘snow-board’. Me ha llevado por muchos sitios, sobre todo a Canadá. Antes de dar el salto, me fui al Pirineo y trabajé en lo que pude: en Cerler y en Formigal, entre los 18 y los 26 años; allí fui cocinero. Me encanta hacerlo. Dibujaba siempre: en lienzo, en papel y en la pared. Entre los 19 y 22 sufrí como una edad del pavo y lo dejé un poco todo. Estaba fuera de sitio y tal vez fuera de mí". Se rehízo, y de ahí se desplazó a Zaragoza y a Barcelona. Y más tarde, en una evolución natural de su condición de aventurero o de aragonés errante, con sus amigos Lur y Juan, se fue de España. "Noté el peso de la crisis y la ruina". Como el ‘snowboard’ se practica con intensidad, eligieron Whistler y Vancouver, en la costa Oeste de Canadá.

"Estuve casi un año en la primera ciudad y casi dos en la segunda. O más. En realidad, mi apuesta por el tatuaje se la debo a Vancouver. Esa ciudad sería mi punto de inflexión. Hablo del año 2013 o 2014. Allí alternaba mis experiencias artísticas con la pintura de casas con brocha gorda. Un día, gracias a una tienda, di de lleno con el tatuaje y lo convertí en mi profesión. Cada vez que hay un evento allá voy: alquilo un espacio y trabajo en las tiendas". De Vancouver pasó a otros lugares y países: Mons y Bruselas en Bélgica, Irlanda, Escocia, Gales, Inglaterra, Estados Unidos (cita sobre California y San Francisco), pero también habla de países latinoamericanos como Colombia o México. Tiene trabajo concertado hasta septiembre en talleres y tiendas y encargos concretos en Bruselas y Mons, de nuevo, Cardiff, Leeds, pero también en ciudades de Portugal y Suiza. "Por lo regular no suele faltar trabajo, aunque ahora vengo de un período de vacas flacas en Dublín y Manchester", declara y explica su método: "Primero recibo el pedido, y me explican en qué zona del cuerpo quieren el tatuaje, y las dimensiones. Les pido referencias, motivos en los que han pensado. Entonces, me pongo a hacer un dibujo, un boceto, y propongo un diseño. Casi siempre les gusta, pero si no, ajustas. Se necesitan la máquina y su fuente de alimentación, las tintas y las agujas".

Con el boceto se enfrenta a la piel, "que es un lienzo orgánico. Hay que quitar el pelo y con el ‘stencil’ o calco se traslada el dibujo del papel a la piel. Luego se hace el delineado, después el sombreado y finalmente se le da el color", dice, y recuerda que siempre aconseja cuidados terapéuticos al cliente.

"El arte es intangible. Soy muy feliz en este oficio. Me encanta. Desarrollo mi imaginación y vivo. Voy y vengo por el mundo sin casa, por lo regular. Tatúo en tiendas. Solo hablo dos idiomas, el castellano y el inglés, y ambos malamente. La cultura en España está muy poco valorada. Aquí dices que eres o quieres ser artista, te miran con algo de burla, y te dicen: “Búscate un trabajo, jeta”. Eso no lo digo solo yo. En el extranjero percibes el respeto, la afición y la implicación. Es así", resume. El tatuaje le ayuda dominar distintas técnicas.

"Solo llevo tatuajes en brazos y en piernas, y algo en las costillas. Me los han hecho otros compañeros. Un tatuaje puede llevarte 3 horas como mínimo hasta 6 y 7. Este es un oficio exigente, minucioso –dice– que me da una fuerza interior".

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