Camina apresurado por la plaza Aragón con la seguridad de quien sabe que ese día no va a morir.

Algo le hace parar en seco. Una bici le roza, y casi a la vez un pitido de autobús le hace saltar hacia delante alcanzando una zona de seguridad. Un tintineo a su espalda y nota cómo el rebufo de un tranvía le hace tambalear por momentos. Su reflejo le hace dar dos pasos más mientras empieza a ser consciente de lo que está ocurriendo. Ya a salvo en la acera levanta la cabeza, casi ni identifica lo que se le abalanza. Un patinete eléctrico gira bruscamente evitando la colisión con él y enseguida se aleja hacia la plaza de España.

Paralizado procesa los últimos instantes. Algunos le observan, enseguida siguen su camino. Él decide hacer lo mismo. Zaragoza es una ciudad con muchas formas de morir, pero hoy tiene la seguridad de quien sabe que ese día no va a morir.

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