Los acordes de la jota resonaron en la plaza y se fundieron con el bullicio festivo, mientras las parejas iniciaban con brío el baile.

En medio de aquellos rápidos movimientos de piernas y del gracioso vuelo de las faldas, ella percibió cómo buscaba su mirada y parecía querer acariciarla en cada paso.

Aunque bailaban juntos desde niños, nunca le había visto actuar con esa vivacidad y temía que su novio de Madrid descubriera desde el público aquel galanteo.

Su baile era como torrente impetuoso que se desborda después de largo tiempo contenido.

La máscara de rudeza bajo la que escondía sus sentimientos parecía haber saltado por los aires y éstos fluían libres de la timidez que los había aprisionado.

Ella comprendió lo que su corazón intuía hace ya tiempo y se entregó a aquella danza como si de un apasionado beso se tratara.

El exnovio madrileño seguía absorto con su iphone.

Y la Virgen, desde su florida atalaya, acogió este amor jotero como la mejor de las ofrendas.

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