El reflejo de su cara de un 23 de abril le devolvió la imagen de su albina cabellera descuidada por la inconsciencia y por el olvido, de su desaseado rostro atravesado por surcos que su tiempo conjugado en gerundio y suspendido en un paréntesis fue arando al sol del Paseo Sagasta, sentado al pie de su columna, cual caballero reposando en la espalda de un roble centenario, tras combatir a mil gigantes. Su menudo cuerpo se confunde con la silueta de los maniquíes del escaparate de El Corte Inglés, y sonríe sin saber por qué. Quizá alguna vez llevó uno de ellos. Quizá alguna vez amó. Quizá alguna vez voló de niño una cometa en el Parque del Tío Jorge. O quizá era padre. O quizá siempre ha sido así, anciano sin edad, viendo manos que le entregan monedas, hablando sin querer, escuchando sin entender.

Una flecha de su pasado atraviesa su presente, recoge presuroso sus ropajes ‑su vida en dos bolsas de Zara‑, y Pedro enfila, al galope, la plaza de “los cañones”, quizá a matar a su dragón.

Lea todos los relatos que participan en el XIII Concurso de relato breve de Heraldo.