Así que el niño emancipó del trabajo a la mujer. El sueldo del hombre de la casa valdría. El niño se llama Rubén, pero responde a cualquier palabra siempre y cuando el tono sea el adecuado. La mujer, la madre, Beatriz. Su hombre, el hombre, marido, padre, Carlos. Beatriz y Carlos tenían una pomada que curaba las heridas del tiempo y del hastío: a esa pomada la fueron llamando Rubén. Rubén se aplicaba sobre la herida abierta de vivir, y la calmaba con cierta tibieza y con promesas. ¡Ah! El dinero, la casa. El colegio, el trabajo. Veinte años después, la vida como una oruga reacia a la crisálida. El niño, veintiún años. Bien llevados. Feliz. Lo tuvo todo. Parece que se agita en la crisálida, la vida, cuando hay tormenta.

La ciudad, el país, bajo la tormenta. Otra vez.

Una nieve sucia a su alrededor, sin poder verla.

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