Mi pueblo es eterno

Mi pueblo es eterno
Mi pueblo es eterno
Agustín Federico Ladjet

Amiad se encontraba almorzando un plato de sopa. Aún vestía su pijama. El sargento “Uniceja”, como lo llamaban en secreto, apareció en el comedor con una noticia: —Hoy niños —dijo sonriendo—, tendrán un gran baño. Es el premio obtenido por sus esfuerzos —Luego dio la orden de que formen una fila. Así fueron marchando con grandes sonrisas luego de meses sin sentirlas. Hoy sentirían el agua recorrer sus cuerpos.

Ingresaron a un edificio de forma cuadrada, sin ventanas y con una gran puerta de hierro. La puerta fue cerrada y por un altavoz “Uniceja” dio la orden de quitarse las prendas. Amiad se encontraba totalmente desnudo. Al caer la primer gota el chico sintió un escalofríos recorrer su cuerpo. Saltaba de alegría. Con su lengua atrapaba las gotas cálidas. De repente, estas últimas, se evaporaron. Un calor invadió la sala. Muchos chicos caían al suelo gritando de dolor y clavaban sus uñas en las paredes de la cámara de gas. Allí Amiad, sin entenderlo, cerró sus ojos para siempre.

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