Pasada la diez de la mañana, el timbre despertó bruscamente a Juan.

Corriendo apenas la cortina de su dormitorio divisó a un policía, un leguleyo, una oficial de justicia y una lujosa camioneta frente a su casa.

“Descalzo los muchachos… y embargo en puerta” –se dijo sonriendo maliciosamente. Tenía experiencia.

Desnudándose por completo, abrió la puerta con gesto serio invitándolos a pasar. -“!Qué asco! ¡Cúbrase!" –exclamó ella indignada tratando de taparse los ojos, mientras el leguleyo miraba absorto y el policía se apartaba sonriendo.

-Bien… -respondió Juan con gesto serio, solemne –la Justicia los autoriza a saquear a sus víctimas, pero no obliga a recibirlos de smoking. ¡Pasen por favor! Están en vuestra casa.

Mientras se alejaban precipitadamente, sonriendo los observaba Juan murmurando:

-La Justicia espera siempre, a veces, desnuda.

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