No era un día cualquiera, todo empezó en aquella sala, se saludaron, hablaron y quedaron para conocerse mejor.

Los siguientes meses, se veían todas las semanas, él con su gorra de béisbol y ella con la melena rubia, intimaron y planearon un viaje, nadie irá a despedirles, nada por lo que quedarse. Se conformaban con no contribuir al deterioro del planeta.

Entraron en la habitación, pusieron música, la mesa con dos velas gastadas, cenaron lo prohibido y tomaron el elixir de Baco.

Acabada la cena subieron la persiana, casi se podía tocar, iluminaba toda la habitación. Se sentaron en unos cojines y se relajaron. Él se quitó su inseparable gorra, ella su peluca rubia, nada que ocultar. Se habían dejado la piel y como perdedores les quedaba elegir el cómo y cuándo se entregarán. Era el día, el pinchazo no dolió, se abrazaron, notaban sus latidos, cada vez más pausados. El viaje llegaba a su fin, no más pastillas, ni quimio, se miraron, sonrieron y se despidieron con un beso.

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