El encierro

Toro a la fuga, tenía que pasar. Entre la oscuridad del camión y el fulgor navideño, solo había un descuido y un pestillo mal anclado. Y el preso es enorme, bravo, orgulloso. Ya en la calle la bestia se cuadra frente al tráfico detenido. Se oye un mugido magnífico, que resuena en el pecho de los conductores. Por la espina dorsal del atasco corre un escalofrío. Por fin alguien se atreve a decir las cosas como son.

Toro se abre paso por el Paseo de la Constitución. Le sigue una riada de coches enardecidos, tocando el claxon. Toro llega al Centro Comercial. En la puerta hay un Papa Noel, porque hace un mes que es Navidad. Toro embiste porque el rojo es una provocación, venga de donde venga. Y la sangre sobre el uniforme rojo es la furia manchada de furia.

Cerca andaban los Reyes Magos, que también fueron masacrados. Nadie oyó nada. Nadie pudo ser testigo porque la turba creía ir a alguna parte. Afortunadamente todas las víctimas fueron inmortales.

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