Abandono

Anoche se hundió la casa de Cosme. Otra más. Abandonada por sus dueños hace décadas, saqueada por indeseables, reventados los cristales por la chiquillería que ya creció y emigró a Zaragoza, ha aguantado hasta hoy, soportando el viento de la montaña, la lluvia tormentosa, el sol inclemente.

Lo mismo que ella, los pocos que quedamos vamos coleccionando achaques, arrugas, tristezas antiguas, recuerdos amarillentos, soledades densas.

Por las calles desgastadas del pueblo ya no se oyen las risas de los niños, los cantos de los jóvenes. Solo el ulular del viento entre las piedras de las casas viejas. Apenas un par de chimeneas escupen humo en invierno.

Y cuando los últimos caigamos, la naturaleza seguirá su curso. Recuperará lo prestado. Las enredaderas, las malas hierbas y las lagartijas lo invadirán todo. Estos parajes, con sus matices de ocre, plagados de soledad y tristeza, borrarán nuestras huellas y sus habitantes serán olvidados, como si nunca hubiésemos existido.

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