Por
  • Chaime Marcuello Servós

Respirar

Respirar y pensar se hace imprescindible. Sin ese ejercicio de la voluntad, de nada sirven ayudas externas
Respirar y pensar se hace imprescindible. Sin ese ejercicio de la voluntad, de nada sirven ayudas externas
Krisis'19

Sentir una bocanada de aire al respirar es una acto consciente. Pero para ello hace falta detener el pensamiento y notar cómo inhalamos o exhalamos, sea por boca o nariz. En ambos casos se requiere una dosis de atención, porque respirar es un acto involuntario. El hecho de tomar aire y saturar los propios pulmones para volverlos a vaciar es algo automático. Nuestro cerebro, desde el bulbo raquídeo, regula el proceso. Y no necesita de ninguna consciencia para que se produzca el intercambio entre gas y sangre. Ese proceso, que nuestros expertos llaman hematosis, fija el oxígeno (O2) y elimina el anhídrido carbónico (CO2). Ahí nos va la vida, justo en esa dinámica de inspiración y espiración. Si no funciona, expiramos y eso sí que es un cambio radical. Cuando nos falta oxígeno, saltan las alarmas, y respiramos o morimos.

Si queremos vivir necesitamos respirar. Esto, tan esencial, lo hacemos sin pensar. No se requiere ningún conocimiento científico para ello. Sin embargo, si queremos explicar el porqué y el cómo, requerimos una reflexión de segundo orden, necesitamos el saber experto que explica lo obvio. Y a día de hoy hemos conseguido desentrañar lo que pasa con detalle, pero en un sentido último, ese porqué se nos escapa. Como se nos escapan tantas cosas cotidianas que están ahí y damos por supuestas. Por eso mismo conviene detener el ritmo respiratorio para inspirarse. En ese instante contracorriente, al suspender la cadencia automática, siempre llegan soplos de inspiración.

Usted que está leyendo estás líneas haga la prueba. Deje de tomar aire y cuente cuántos segundos aguanta. Cuanto más resista, más tensión. Más consciencia de que falta algo. Cuando por fin espire, sacando el aire retenido, constatará cómo se relaja al recuperar la regularidad inconsciente. Repita el experimento, con prudencia. Tendrá una colección de sensaciones desapercibidas antes de haber parado la cadencia respiratoria. Ese instante es una manera de abrir la mente. Pero faltan palabras porque, además, nos hemos olvidado de las que se usaron en otras épocas y lugares.

Los griegos utilizaban el término ‘pneuma’, al mismo tiempo ‘respiración’ –por eso vamos al neumólogo cuando tenemos problemas respiratorios– y ‘principio vital’ del ser humano. Era (casi) sinónimo de ‘psyche’ que, también en griego, se refería al hálito frío exhalado al morir. Ahí se entreveraban pneuma, psique, soma, espíritu, alma, cuerpo, etc. Filósofos, teólogos y científicos de todos los tiempos le dieron vueltas al asunto. Ahora se ha reducido de forma simplista al estudio del kilo y quinientos gramos que pesa de media el cerebro humano. Pero incluso con el relato de las neurociencias, se sigue escapando la explicación completa. Se puede defender el materialismo monista, el dualismo platónico, el hilemorfismo aristotélico o lo que se tercie según la tradición donde uno se haya educado: lo ineludible es respirar… Y pensar, pero no al modo de Descartes con su "cogito, ergo sum" –"pienso, luego existo"–, parafraseando a san Agustín cuando decía "si enim fallor, sum" –"si me equivoco, existo"–. Es un pensar como toma de conciencia de lo que siento, de lo que conozco, de lo que amo, de lo que creo y de lo que estoy dispuesto a hacer. Es pensar como manera de entrar en contacto íntimo con lo que estoy siendo. Es aprehender el cuerpo que soy, la vida que llevo. Es sentir que siento. Es distinguir mis emociones y, sobre todo, no confundir con atajos, con falsas conclusiones o mentiras sobre lo que puedo y quiero ser. Es respirar y despertar venciendo los propios engaños.

Ahí, entre esas zonas de luz y sombra, respirar y pensar se hace imprescindible. Sin ese ejercicio de la voluntad de nada sirven ayudas externas. Como me dijo un colega cuyo nombre no viene al caso: "A los psicólogos se les engaña muy fácilmente". Acababa de comenzar una terapia que le llevó a ninguna parte. Después ha probado con distintos especialistas, de distintas escuelas. Iba porque tenía que ir, pero tiraba el dinero. Su singular manera de actuar rezuma cinismo, egoísmo y psicopatía. Miente y se aprovecha tanto como respira, lo difícil es darse cuenta y aceptarle tal como es.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza