Jaume Vallcorba, el editor infinito

El pasado sábado fallecía el gran editor catalán, un profesional de impronta europea, que ha creado sellos tan importantes como Quaderns Crema, Sirmio y Acantilado. Confeccionó un vasto catálogo que refleja un espíritu inquieto, una gran pasión por la cultura y sus oficios

Jaume Vallcorba, el editor de Montaigne, Chateaubriand, Simenon o Natalia Ginzburg.
Jaume Vallcorba, el editor infinito
Alberto Estévez/efe

Algunos han dicho de Jaume Vallcorba (Tarragona, 1949-Barcelona, 2014) que era el editor más elegante de España. Y eso es mucho decir en un país donde hay grandes profesionales como Manuel Borrás (Pre-Textos), Jorge Herralde (Anagrama), Beatriz de Moura (Tusquets), Jacobo Siruela (Siruela primero y ahora Atalanta) o, entre otros, Chusé Raúl Usón, el editor del sello zaragozano Xordica, que cumple ahora veinte años. 


Poseía Vallcorba, en Quaderns Crema y en Acantilado, dos de los catálogos más impresionantes y variados, de las letras catalanas en el primer sello, y de las letras universales en el segundo. Vallcorba, profesor en diversas universidades (Lérida, Barcelona, Burdeos), experto en los trovadores y la ‘Chanson de Roland’ entre otros asuntos, llegó a la edición en 1979 cuando fundó Quaderns Crema; ahí publicó a Quim Monzó, Sergi Pàmies o al aragonés Francesc Serès, y a clásicos como Ausias March y a Josep V. Foix. En 1987, creó un sello en español, Sirmio, donde publicó a un joven autor como Javier Cercas, que resumía su tesis doctoral en el libro ‘La obra literaria de Gonzalo Suárez’. La editorial, pulcra, bellamente concebida, trabajada hasta el último detalle, pasó un tanto inadvertida. En 1999, ese aventurero de la lectura que siempre fue Jaume Vallcorba decidió crear una nueva editorial, en cuyo exterior dominan dos colores, el rojo y el negro: Acantilado. El éxito no se haría esperar. Los libros eran, y son, preciosos, sugerentes, con personalidad. Acantilado nació con la vocación de perdurar: tanto como objeto físico cuanto por la calidad de sus contenidos. El editor no era muy partidario de entrar en la batalla libro digital versus libro de papel, pero tenía claro su afán: deseaba que sus volúmenes, impresos en un papel con ph neutro, durasen cinco o seis siglos. 


Jaume Vallcorba era elitista y a la vez era honesto. Nunca quiso ser popular, pero sí juicioso, refinado, de amplio paladar intelectual. Sabía arriesgar (y se arriesgaba: solía decir que una de las claves de su oficio era perseverar) y tenía olfato. Más que importarle el éxito inmediato, le interesaban la labor de fondo, el rescate, el catálogo, la compañía en la que viaja cada escritor. Cultivaba la curiosidad y la intuición. Creía en los arrebatos del azar desde una premisa elemental: «Editar es amar. La felicidad me visita cada vez que me llega, de las prensas, un nuevo libro en el que he trabajado». Acantilado es un sello impresionante que está marcando una época. Vallcorba siempre fue un perfeccionista y esta editorial –de tantos frentes abiertos: estéticos, geográficos, temáticos…– es un buen ejemplo. Él fue de los primeros en introducir a todos los técnicos que intervenían en la realización de un libro, especialmente al departamento de ortotipografía, a los diseñadores. De Acantilado conmovieron muchas cosas: el diseño exterior, esa combinación perfecta de colores sobrios y elegantes, la caja y la puesta en página, y atrajo y atrae muy especialmente la nómina de autores y de libros. Vallcorba es un buscador de tesoros y de miradas. Muchas líneas de trabajo

En sus colecciones pueden verse distintas direcciones de trabajo: hay clásicos como Michel Montaigne con sus ‘Ensayos’, James Boswell y Eckermann, Chateaubriand y sus ‘Memorias de ultratumba’, presentados en dos volúmenes y en estuche, o los ‘Diarios’ de Leon Tósltoi, pongamos por caso. Está un enciclopedista de hoy como Marc Fumaroli. Aunque quizá uno de los autores de mayor éxito sea Stefan Zweig: sus memorias ‘El mundo de ayer’ es un libro conmovedor que explica el drama judío, el amargo destino de un hombre talentoso, el miedo y el impacto del exilio, y ha tenido impacto y ventas. Vallcorba recuperó, y aún recupera, muchos de sus libros, entre ellos ‘Castellio contra Calvino’, una hermosa defensa de Servet y la libertad de expresión, y también ha apostado por Kafka, Hermann Hesse, Apollinaire, Seferis y por Joseph Roth, el autor de ‘Leyenda del santo bebedor’. 


Acantilado se ha preocupado de mirar hacia las literaturas de la Europa del Este, y se ha encontrado con figuras de la talla de Danilo Kis, Ivan Klíma, Adam Zagajewski o el húngaro Imre Kertész, al que le concedieron en Premio Nobel. También recuperó la obra del escritor y guionista norteamericano Budd Schulberg, ahí están sus memorias ‘De cine’ o novelas como ‘El desencantado’ y ‘La ley del silencio’; ha publicado dos volúmenes de relatos de Dino Buzatti y de Natalia Ginzburg, o un libro como ‘Para leer a Cervantes’ de uno de sus maestros: Martín Riquer. Otro de sus referentes fue el oscense José Manuel Blecua, editor de Francisco de Quevedo.


Lector de Italo Calvino y de Jorge Luis Borges, Jaume Vallcorba, poeta y crítico, se declaró en una ocasión un pesimista moderado. Apostó por jóvenes creadores como David Monteagudo, Berta Vias Mahou, Pablo Martín Sánchez, Andrés Neuman, Javier Vela y, entre los extranjeros, Peter Stamm, el escritor suizo que recibió el premio Cálamo. El fondo de Acantilado es tan deslumbrante que para algunos es la editorial ideal: siempre ofrece joyas, libros que habían pasado inadvertidos o que son casi trabajos de una vida, como sucede con algunas obras de Ramón Andrés, un sabio de la música, o de Rafael Argullol, como ‘Visión desde el fondo del mar’. Nunca le asustó publicar libros de mil páginas o más. Su penúltimo sueño ha sido editar a Georges Simenon al completo.


A modo de balance de su oficio, dijo una vez: «Mi vida es entusiasmo, gusto y pasión». Jaume Vallcorba moría el pasado sábado a consecuencia de un tumor cerebral. Perdió la partida de la vida, pero ganó la de la inmortalidad de las letras.