Paco Ortega: "He sido feliz en la penumbra del aula, aprendiendo y enseñando"

Nacido en Zaragoza en 1953, acaba de jubilarse de la Escuela Municipal de Teatro. Ha sido crítico, director y responsable del Centro Dramático de Aragón y de la Expo-2008

Paco Ortega lo ha sido todo en el teatro: espectador, actor, director, programador, profesor.
Paco Ortega lo ha sido todo en el teatro: espectador, actor, director, programador, profesor.
Juan Moro

¿Cómo nació su pasión por el teatro?

Nació de una forma natural: jugando con mi abuela Carmen en el caserón donde vivía en la calle San Miguel. Intercambiábamos papeles. En medio del salón había una especie de arco que separaba dos habitaciones y que tenía un medio una cortina de terciopelo rojo, que se abría y se cerraba. Ese fue mi primer escenario.

¿Hubo figuras claves, actores y espectáculos, nombres que le contagiasen esta pasión?

Mi escuela fue mi propio autodidactismo y ver todo el teatro que venía al Teatro Principal. Me sentaba en la fila 1, butaca 2, justo al lado del crítico de HERALDO, Don Pablo Cistué de Castro. La primera vez que fui al Teatro Principal fue el 26 de enero de 1969 para ver ‘La hora de la fantasía’, de la autora italiana Ana Bonnaci. Rodero, Fernán Gómez, Galiana, José Luis Alonso, Adolfo Marsillach, Miguel Narros y más tarde Víctor García, etc, me ‘enseñaron’ el oficio, y especialmente a distinguir entre el buen y mal teatro.

En sus inicios hay un montón de grupos.

Hay tres etapas: la primera en Medina Al Baida y el Grupo de Anade, que fueron experiencias muy valiosas pero absolutamente amateurs; la segunda, cuando ya estaba en la Universidad, en Octubre Teatral, el Teatro Universitario, en donde mi autodidactismo comenzó a dar algunos frutos valiosos y comencé a aplicar una metodología que no sé de dónde me salió; y una tercera, en el Teatro de la Ribera, ya siendo profesional. Con Pilar Laveaga, Mariano y Javier Anós me enrolé en un proyecto que recorrió España de arriba abajo, participando conscientemente del movimiento del ‘teatro independiente’.

¿Por qué fundó en 1982 el Nuevo Teatro de Aragón? ¿Qué buscaba?

El NTA nació porque consideramos que en Aragón había un hueco que pensábamos que no cubrían ni la Ribera, ni el Teatro Estable, ni otras compañías. Un nuevo teatro, limítrofe con otros lenguajes artísticos, hecho de otra forma, con una sintonía muy especial entre los actores y yo. Por aquel entonces estaba muy influido por Els Joglars, el Teatre Lliure y el Teatro Fronterizo.

Ha sido profesor de la Escuela Municipal de Teatro en varios períodos.

Fui durante poco tiempo profesor de Historia y Teoría. Apenas un par de años, que coincidieron con mi etapa de director de la Escuela. Muy pronto Mariano Cariñena me propuso dar clases de Interpretación, que es lo que he hecho durante más de veinte años. Ser profesor de teatro es ser doblemente humano. Enseñando he aprendido yo más que nadie.

¿Se ha ido con ira y amargura?

No. Me voy feliz y contento. Mi trayectoria en la Escuela ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. He asistido a un proceso ejemplar de recambio generacional: mis antiguos alumnos y alumnas son ahora profesores. Hemos levantado una escuela sólida y humanista. He sido feliz en la penumbra del aula, aprendiendo y enseñado. El hecho de que mi jubilación haya sido abrupta, y no me hayan permitido seguir los dos meses que les pedía, solo demuestra la insensibilidad y la descortesía de algunas personas.

Vayamos con otra experiencia: el Centro Dramático de Aragón. ¿Cuál es su balance?

Fue para mí una experiencia fabulosa. Yo quería poner en marcha un centro de producción al estilo europeo, en el que se contara con profesionales de la tierra y se importara otros de fuera. Y así fue: Carlos Martín, Félix Prader (de la Comédie Française), Joan Ollé, Fernando Fernán Gómez y otros dirigieron espectáculos. Se estrenaron textos de Shakespeare, de Javier Tomeo, del propio Fernando. Regresaron actores que habían emigrado… Creo que las decisiones que se tomaron fueron ambiciosas artísticamente y estrenamos en el María Guerrero, de Madrid, en el Grec, de Barcelona, o en el Teatro de la Abadía, ganamos un premio en el Festival de Almagro y un Max…

¿Por qué se cerró?

Se cerró por la inexplicable desidia de la profesión, que se hizo el harakiri más absurdo de la historia del teatro. Y, en otro orden de cosas, porque la Consejera Eva Almunia, heredó un proyecto que había nacido en la anterior legislatura, de la mano de Javier Callizo, miembro de un partido diferente.

¿Por qué cuesta tanto en Aragón, y sobre todo en Zaragoza, sostener los proyectos?

Tampoco lo sé, pero siempre ha sido así. En Aragón miramos muy poco al horizonte y demasiado a nuestro ombligo. Hay miedo a lo desconocido. Creo, sin embargo, que la Cultura en el Gobierno de Aragón está bien protegida por el director general Nacho Escuín; tal vez no tenga muchos medios, pero sí claridad de ideas y honradez.

De todos estos años, ¿de qué se siente más orgulloso? ¿Qué es lo mejor que se lleva?

Me he reído mucho. Mi trabajo ha sido mi vida. No ha habido distancia entre ambas realidades. Y no me he marchado de Zaragoza. Ese ha sido mi gran error y, al mismo tiempo, mi gran conquista. El teatro lo ha sido todo para mí durante muchos años. He dirigido mucho, pero me hubiera gustado actuar, ser actor durante más tiempo.

Si cierra los ojos y medita, ¿cree que ha valido la pena tanto esfuerzo?

No suelo cerrar los ojos y pensar en el pasado. Pienso en el futuro. Comparto tres compañías -Teatro Íntimo, Teatro del Espejo, Dama de Noche-, cada una pensada para un tipo diferente de proyectos, donde estoy con gente muy valiosa pero especialmente con la persona que ha ensanchado mi vida: mi mujer, Isabel Rodríguez Romero, puro nervio, puro talento, pura energía positiva, con la que voy a tener un hijo en apenas unos meses. Así que, de pasado, nada: presente y futuro.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión