Cojines

Las personas pasaremos, pero aquellos manuscritos permanecerán, impasibles, en la Biblioteca.

Hay libros que son auténticos tesoros.
Hay libros que son auténticos tesoros.
José Miguel Marco

El otro día visité con un grupo de amigos la Biblioteca Nacional. Como Ana Santos, su directora, es zaragozana y quería agasajar a sus amigos y paisanos, la visita iba a ser muy especial. Así que el responsable del departamento de Manuscritos, Incunables y Raros nos había preparado algunas piezas memorables para nuestro disfrute y solaz. Disfrute y solaz visual, como no hace falta explicar, pues aquellas joyas (el incunable zaragozano del ‘Libro de las mujeres’ de Bocaccio, editado por Pablo Hurus, manuscritos de Quevedo, María de Zayas y Lorca, un breviario que perteneció a Isabel la Católica, un excepcional Libro de Horas…) no podíamos ni debíamos tocarlas. Los libros y manuscritos seleccionados reposaban sobre unos mullidos cojines que se hundían ligeramente bajo su peso. Eran unos cojines grises, elegantísimos y delicados, en los que uno se empadronaría para siempre. De pronto me fijé en que aquellos libros me miraban ladinamente. Los más nobles con conmiseración, tal vez; pero la mayoría, de forma aviesa. Era como si me dijeran: «Tú te marcharás un día, pero nosotros nos quedaremos aquí para siempre, tan ricamente. A ti te meterán en una caja de madera, pero nosotros seguiremos aquí, dándonos la gran vida, encima de estos cojines de plumas, mimados y admirados por todos, sin dar palo al agua». Y es verdad: todos nos iremos, pero los muy canallas serán eternos. Y porque lo saben, me miraban así. Por eso les estoy empezando a coger manía. Creo que me voy a aficionar a los bienes fungibles. Y que les den a los libros viejos.