Concha Méndez recuerda en sus memorias sus siete años de noviazgo con el joven Luis Buñuel

La poeta, mujer de Altolaguirre luego y amiga de los Arana en el exilio, dice que le regalaba "insectos y ratones blancos".

Concha Méndez, a la derecha y de blanco, con el autor aragonés José Ramón Arana y su esposa.
Concha Méndez, a la derecha y de blanco, con el autor aragonés José Ramón Arana y su esposa.
Archivo HA

Concha Méndez Cuesta (1898-1986) es una de las poetas del 27 y una mujer que vivió intensamente una existencia tumultuosa y rica: nació en Madrid, fue la mayor de once hermanos, se educó con una institutriz francesa (escribió poemas en francés antes que en castellano), veraneaba en Santander y San Sebastián, fue campeona de natación, aunque era una fumadora compulsiva, viajó desde pequeña a París con una de sus hermanas, estudió en el Liceo Club Femenino y se convirtió en una de las voces de la Generación del 27.

Fue amiga entrañable de Vicente Aleixandre, de Pablo Neruda y de Federico García Lorca (tuvo un sueño premonitorio de su asesinato en la presentación del libro ‘La realidad y el deseo’ del raro Luis Cernuda), y de algunos nombres más: Maruja Mallo y Rafael Alberti, que eran pareja, Manuel Altolaguirre, que sería su marido, y Luis Buñuel, que fue su novio durante siete años. Un amigo aragonés se lo presentó en San Sebastián y no tardaron en formalizar su noviazgo.

Una octogenaria que recuerda

Así se lo contó ella a su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre (Ciudad de México, 1957), que le grabó sus recuerdos durante varios sábados, octogenaria ya y víctima de los desaires del exilio, donde "permaneció aislada". Esas impresiones se recogieron en el libro ‘Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas’ (Renacimiento. Biblioteca del Exilio, 2018). Paloma escribe: "Después de la guerra se quedó al margen, desilusionada de todo. Al reflexionar sobre la guerra misma, comprendió que los españoles habían sido víctimas de una trampa impuesta desde el exterior, que bajo pretexto de defender ideales se habían asesinado entre hermanos, amigos y vecinos. Sumada a esta desesperanza, a esa tristeza por haber visto tanta muerte, estaba la misoginia de sus compañeros", con el antólogo Gerardo Diego a la cabeza.

En este libro, breve pero enjundioso, sincero y descarnado en ocasiones, Concha Méndez habla de todo sin rencor en una narración elegante que aborda la importancia de la cultura española anterior a la Guerra Civil, de las angustias de la contienda (el miedo, las fugas, las bombardeos, el éxodo definitivo) y de una vida errante, que la llevó a Buenos Aires, Londres (allí dio una conferencia sobre la relación entre Goya y su maestro y suegro Bayeu), Cuba, donde coincidió con la pensadora María Zambrano, autora de un cariñoso prólogo, y finalmente a México, período último en el que mantuvo una amistad especial con los Arana, los aragoneses José Ramón Arana, nacido en Garrapinillos, y su segunda esposa María Dolores, que le guardó sus animales mientras construían su casa de Coyoacán.

Concha Méndez quiso ser, sin aspavientos, una mujer emancipada, una ‘sinsombrero’ en aquel Madrid de la Residencia de Estudiantes, y acabó siendo en España y en México, hasta su separación en 1944, la compañera del poeta, impresor y tipógrafo Manuel Aguirre, que un día, cuando ya asomaba otra mujer a su vida, le dijo que "sería mejor que estuviera sola, porque él me daba sombra. “Ni eres sombra, ni eres largo”, le contesté".

Así cuenta su relación con Buñuel, "el director de cine": "En aquel tiempo éste se interesaba solo por los insectos. Nos pusimos en relaciones, teníamos la misma edad [Buñuel era dos años menor], estuvimos juntos durante siete años. Nos veíamos todos los días, pero no podíamos salir solos (…) Buñuel vivía en la Residencia de Estudiantes, junto con García Lorca, Dalí, Moreno Villa y otros. Vivía y asimilaba, porque era un chico inteligente. Y yo, en el inconsciente, seguramente me iba enterando de la posibilidad de otro mundo que no fuera la familia, los hermanos: cada dos años nacía uno", anota.

Revela: "Me regalaba insectos y ratones blancos. Yo misma leía los libros de Faber. Curiosamente, he visto que en algunas de sus películas aparece como detalle de gracia un insecto. En nuestra juventud estaba de moda ir a bailar y a tomar el té por las tardes a los grandes hoteles: el Ritz y el Palace. (…) Cuatro veces por semana íbamos a bailar y los demás días al cine y al Retiro".

El vicio de una relación

Dice que Buñuel llevaba doble vida: "Nunca nos reunimos juntos con los chicos de la Residencia de Estudiantes. La vida dividida entre los amigos y la novia era una costumbre de la época; me hablaba de ellos, pero nunca me los presentó. Me pregunto cómo podía conciliar ambos mundos: uno más frívolo, nuestra vida en común, y el otro artístico, en el que se filtraban rasgos surrealistas".

Cuentan que tenía la misma caligrafía, que iban a las carreras de coches y a la playa. A Buñuel le gustaba mucho la música, "sabía leerla y al asistir llevaba las partituras". Él le regaló una radio, "era emocionante escucharla, pero tenía que disfrutarla a solas. Al novio se le hablaba por teléfono o se le veía en la calle, para que entrara en la casa tenía que pasar el tiempo. Me regalaba muchas cosas, era espléndido".

A Luis Buñuel le ofrecieron un puesto en la Sociedad de Naciones de París. "Lo quería para que pudiéramos casarnos", dice, pero eso marcaría el fin. "No volvió y yo tampoco volví: no volví, aunque todavía no me había ido. Aquella relación la comparo ahora con un vicio". Más tarde, convertida ya en poeta, Concha Méndez Cuesta viajó a París, se enteró Luis Buñuel y la citó. "Me llevó a ver sus películas, ‘El perro andaluz’ y ‘La edad de oro’, que llevaban tiempo exhibiéndose en una cine-club; después comimos juntos y caminamos por la ciudad hasta despedirnos". En esos días, oyó hablar del que iba a ser su marido, Manuel Altolaguirre, poeta e impresor de revistas como ‘Lola’, ‘Litoral’, ‘Héroe’ o ‘Caballo verde para la poesía’.

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