Bruno Mars: dos veces bueno

HERALDO estuvo en el concierto de Bruno Mars en Barcelona. El múltiple ganador de los Premios Grammy encandiló a las 55.000 personas que fueron a verle al Estadio Olímpico.

Mars sobre el escenario con una camiseta de Los Angeles Dodgers
Mars sobre el escenario con una camiseta de Los Angeles Dodgers
brunomars.com/tour

Se ha dicho muchas veces ya: Bruno Mars es un cóctel con dosis generosas de Michael Jackson, James (y Bobby) Brown y, por supuesto, su adorado Prince. También se ha argumentado a menudo que saca lo mejor de cada uno de ellos. Todo es verdad, en estudio y sobre las tablas, como pudo comprobarse este miércoles en el Estadio Olímpico Lluis Companys. El directo es, sin duda, el más espectacular que puede verse ahora mismo en la música de estadio; no necesita de mucho artificio (aunque en Barcelona hubiera fuegos artificiales) para llenar el escenario y ganarse a sus fieles con una simple alzada de cejas.

En su regreso a tierras catalanas, Mars remoloneó un poco con la salida al escenario y se marchó demasiado pronto para el gusto de la mayoría, pero lo que ofreció en 80 minutos carga la batería del más pintado. Roberto, por ejemplo, llegado esa misma tarde de Zaragoza, estaba en la grada después de regalarse ‘una mañana de piscina y una tarde con Bruno’ -así mismo dio envidia en sus redes- después de meses muy intensos en el trabajo. Marina, por su parte, venía bailando desde Sants con una lista descargada de Spotify, directa a las primeras filas: ya había estado en la anterior visita del hawaiano a Barcelona.

Tras la correcta DJ Rashida, que hubo de pagar la impaciencia del respetable ante el retraso de la estrella, las notas de ‘Finesse’ salieron directas al cielo barcelonés. Mars salió beisbolero, con la camiseta del receptor de Los Angeles Dodgers Mike Piazza; luego la cambiaría por la de Willie Stargell (Pittsburh Pirates) en una sinfonía de atuendos deportivos entre los músicos, raperos y cantantes que también abarcaba baloncesto y fútbol americano.

Con ‘24k magic’, el estadio entero se movió al compás del ídolo. La voz de Mars es una cuchilla; no falla un tono, aunque esté girando como una peonza en plena coreografía, y atesora una virtud poco común en las superestrellas: juega con sus melodías más reconocibles sin pervertirlas, llenando los compases de notas o mchándolos de fraseos para caer con gracia al final de cada uno de ellos, siempre a tiempo, con una facilidad insultante. Sube, baja, juega… todo sin aparente esfuerzo para su diafragma. ‘Treasure’, Marry me’ -con sus notas a guitarra del solo de ‘Purple Rain’: sí, también es un hacha con la guitarra- o la magnética balada ‘When I Was Your Man’ fueron haciendo su trabajo, tejiendo de colores la colcha de la felicidad para los presentes.

Los primeros acordes de ‘Locked Out Of Heaven’ sacaron el rugido de la grada, atemperado luego con ‘Just The Way You Are’. En el único bis, la que faltaba: ‘Uptown Funk’. La fiesta seguía luego en la sala Sutton, donde se había anunciado que Mars tocaría tres canciones. El río humano bajó sonriente de Montjuic con la sensación de que el banquete había acabado demasiado pronto, pero rendido a la máxima del aragonés Baltasar Gracián: lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y cuando es tan bueno como el espectáculo de Bruno Mars, los axiomas centenarios pueden ajustarse a voluntad.

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