Aniversario

Gómez de la Serna y Aragón

Se cumplen 50 años de la muerte del gran escritor de vanguardia, biógrafo de Goya, que tanto influyó en Buñuel, Ramón Acín, Seral y Casas o Antonio Saura.

Gómez de la Serna
Gómez de la Serna y Aragón
HA

De Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963), como de Jorge Luis Borges, se dijo que más que un escritor era una literatura. Fue un fabricante de escrituras, una industria de ingenio, un cautivo de las palabras que ejerció un sinfín de actividades: se inició como periodista, fundó revistas como ‘Prometeo’, alentó tertulias literarias y fue el profeta laico del café Pombo, escribió teatro, biografías, libros más o menos fragmentarios o híbridos (desde ‘El circo’, ‘El rastro’, ‘Senos’, ‘Los muertos y las muertas y otras fantasmagorías’), compuso novelas, redactó sus memorias en ‘Automoribundia’ y, entre otras muchas cosas, creó un género literario particular: la greguería, que él definió como la alianza del humor y la metáfora. Hace hoy exactamente 50 años fallecía en Buenos Aires, de cáncer, este autor que fue decisivo en las letras españolas. 


Nació en Madrid el 3 de julio de 1888, hijo de un abogado liberal y sobrino del periodista Corpus Barga y de la novelista Carolina Coronado, toda su vida rezuma literatura. Literatura y, en cierto modo, curiosidad y espectáculo. Tenía alma de showman: impartió una conferencia desde lo alto de un elefante, entrevistó a sus muñecas del Torreón Velázquez, y tuvo un hermoso chalet Estoril, ‘El Ventanal’, que vendió cuando lo acuciaron las deudas. Amó a la periodista Carmen de Burgos ‘Colombine’, una pionera del oficio y probablemente su ‘Pigmalión’; más tarde, tuvo también escarceos con su hija María y finalmente, tras un viaje a América del Sur, conoció a Luisa Sofovich, separada y madre, y se casaron. Ella fue la compañera de su vida durante cuarenta años y sería quien haría todo lo posible, con la ayuda del periódico ‘La Nación’, para que Gómez de la Serna pudiera irse de España tras el inicio de la Guerra Civil.


Ramón, adscrito a la generación del 14 como Juan Ramón Jiménez o Gabriel Miró, vivió una intensa juventud literaria: estuvo en París en varias ocasiones, escribió mucho en prensa y se movió, literariamente, entre dos polos: la asunción y el despliegue de un universo castizo, madrileño, vinculado al costumbrismo, a los toros, a las floristeras (quizá uno de sus mejores libros sea ‘La nardo’), pero también a la verbena, al jazz, a la modernidad y al circo, por poner algunos ejemplos, y a la vez fue un precursor y un adalid de las vanguardias. Fue un moderno que marcaría, con su actitud rebelde, su inconformismo y su vasto campo de intereses, un nuevo camino a la literatura española. Como ha probado Agustín Sánchez Vidal, como han escrito José-Carlos Mainer, que siempre ha enzalzado en sus clases y en sus libros tanto la novela ‘El incongruente’ como sus memorias ‘Automoribundia’, o José Luis Calvo Carilla, Ramón iluminó una nueva senda a la imaginación de autores como Luis Buñuel; él y Dalí se desmarcaron de la tradición y optaron por el surrealismo y una estética nueva. Recuerda Sánchez Vidal en ‘Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin’, sus “paseos por la carretera de La Coruña, donde solían ir a comer Pepín Bello, Gómez de la Serna y Buñuel en un chiringuito cercano a Puerta de Hierro”.


Gómez de la Serna fue un apasionado del cine, de la radio, de los sueños y de los objetos. Y también influyó a su modo en Ramón Acín; le alquiló un tiempo el famoso Torreón de Velázquez y lo bautizó como “el raro Acín”; el anarquista oscense lo invitó a dar una conferencia en Huesca y Ramón acudió con libros para sus hijitas Katia y Sol.

La huella aragonesa

La huella aragonesa de Ramón Gómez de la Serna es bastante obvia y prolija. Le interesaba mucho la pintura y la vida de Francisco de Goya y le dedicó una biografía de las suyas, ya en 1928: poco sistemática, pero apasionada, tocada por ráfagas de inspiración y magníficas intuiciones. Se reeditó en muchas ocasiones. José Camón Aznar, el historiador del arte, le dedicó uno de los estudios más completos que se le conocen: ‘Ramón Gómez de la Serna en sus obras’ (Espasa Calpe, 1972), Heredero de sus greguerías son las ‘Chilindrinas’ de Tomás Seral y Casas, que publicó en 1935. Periodista, poeta y galerista de Clan, su hijo Delfín recuperó el sello editorial y publicó el libro: ‘Cuatro cuentos’ de Ramón, con ilustraciones de Rafael Barradas.


Entre los artistas, su huella es muy visible en varios autores: Antonio Saura ilustró su libro ‘Flor de greguerías’ (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. En el prólogo elogia las ‘chilindrinas’ de Seral) y su hermano Carlos le dedicó una monografía fotográfica en 1961 a ‘El rastro’, un libro de 1914, y la reeditó en Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores en 2002. David Vela le ha dedicado dos libros: tanto a ‘Los muertos y a las muertas’ como a un ‘Bestiario de greguerías’, y diversos dibujos a sus ‘Ninfas y sirenas’. Y el mundo inagotable de los objetos, el sentido poético y la imaginación libérrima de Ramón están presentes en dos autores tan diferentes como el desaparecido Antonio Fernández Molina, escritor y artista plástico que se carteó con Ramón y que conoció y trató a Luisa Sofovich, e Isidro Ferrer, diseñador e ilustrador.


Jesús Rubio Jiménez editó, con Agustín Muñoz Alonso, en Cátedra su ‘Teatro muerto’. Algunos escritores nunca han ocultado su fascinación por su mundo tan inextricable y variado, proclive a los diccionarios y a los juegos de palabras: Miguel Mena, que tenía al autor de ‘Pombo’ y ‘La sagrada cripta de Pombo’ muy presente en su programa de televisión ‘Parafernalias’, cuyos guiones pasaron luego a libro, y el desaparecido Félix Romeo, al que le divertían sus frases, su póetica de la brevedad y su talento verbal, tan lleno de ingenio, de imágenes, de ironía y de humor. Otro admirador incondicional de su obra es el poeta y editor de Libros del Innombrable Raúl Herrero. Y Adolfo Ayuso, narrador y estudioso del mundo de los títeres.


Son muchos los aragoneses que han estado próximos a Ramón Gómez de la Serna y no nos caben aquí. Emilio Casanova, por ejemplo, elaboró un video sobre él. Otro de ellos, sin duda, fue Ildefonso-Manuel Gil (1912-2003). Le dedicó un capítulo de sus memorias, ‘Vivos, muertos y otras apariciones’ (Xordica), pero lo extravió en vísperas de que el libro entrase en máquinas. Y por ahí andarán, extraviados, los folios de una amistad dispareja en tiempos de la II República.