LIITERATURA ANGLOSAJONA

Mafia y muñecas rusas

John Le Carré publica en Plaza & Janés otra esperada novela de acción e incidentes.

Jhon Le Carré.
Mafia y muñecas rusas
REUTERS

Un traidor como los nuestros

John Le Carré. Traducción de Carlos Milla. Plaza & Janés. Barcelona, 2010. 400 páginas. 22.90 euros.


Después de varias novelas, ‘El jardinero fiel’, ‘La canción de los misioneros’ o ‘El hombre más buscado’, en las que prevalecían las “ideas” frente a la “acción”, John Le Carré, un trabajador incansable, activísimo con sus 79 años recién cumplidos, vuelve a la pura acción, al juego de los espías que tantos éxitos le dio mientras seguía en pie el ‘Telón de Acero’, que, creo, sigue echando de menos. Llevaba tiempo monsergueándonos con lo malo que es el Occidente democrático y, aunque en ‘Un traidor como los nuestros’ lata la misma idea, a la espuriamente trata de enlazar con el pensamiento de George Orwell, apenas le dedica tiempo, porque la trama le lleva a mayor velocidad que el pensamiento.


Perry es un joven y brillante, aunque tempranamente abatido por la melancolía, profesor de literatura de Oxford, miembro de una irreprochable familia de izquierdistas, que incluso renunciaron a su carrera profesional por no renunciar a sus convicciones, que, mientras disfruta de unas vacaciones en la isla de Antigua, es seducido y captado por un magnate ruso, Dima, alto peón de la mafia que está a punto de ser sacrificado y que necesita salvar el pellejo, y el de sus hijos, como sea.

Tragándose el orgullo, Perry, en compañía de su novia Gail, abogada, también joven y brillante, accederá a ser el intermediario de Dima ante el servicio secreto británico, un grupo de espionaje que no vive sus mejores momentos, aunque son parejos a los de su propio país: camino del empequeñecimiento.


Dos espías bastante subalternos, Hector y Luke, se convertirán en los encargados de gestionar el abandono de Dima de la mafia rusa, debido a un compromiso de honor con un amigo, con sus miles de secretos a cuestas. La información que aportará Dima, que sólo quiere disfrutar de la seguridad británica, permitirá al gobierno de Su Majestad desmantelar parte de la economía sucia que les trae de cabeza. Además, Hector y Luke tendrán que asegurarse de que Perry y Gail no se vean pringados hasta el cuello por lo que inocentemente han tenido que ponerse a gestionar.


A partir de ahí, comenzará un juego de persecuciones, engaños, estrategias, ocultaciones, trampas, violencia... que quizá quedará bien dentro de una película, un destino bastante probable para esta novela, pero que resulta, leído página tras página, hasta las cuatrocientas, mortalmente aburrido.


No es infrecuente en sus novelas que John Le Carré (Reino Unido, 1931) se empeñe en construir personajes de carne y hueso, con sentimientos y con dolores (como, en este caso, los que sufre Gail respecto a la llamada de la maternidad), para luego, en un momento dado de la acción, convertirles en simples títeres, incapaces de salir de la corriente que les lleva. Y, por cierto, las mujeres siempre en papeles hipertopificados.


Si la última trilogía de Javier Marías, ‘Tu rostro mañana’, protagonizada también por un profesor de Oxford que también accede inesperadamente al mundo del espionaje, se diferencia de la novela de John Le Carré, es porque la trama, equiparada a un algo superior intocable, una suerte de Destino, nunca gobierna totalmente a los personajes, que pueden tomar sus decisiones, aunque, en ocasiones, resulten ridículas o ineficaces. Los hombres siguen siendo hombres, no muñecos.


Este abandono de lo humano no es algo infrecuente en John Le Carré, y en otros escritores empeñados en que sus ideas quepan, aunque sea a martillazos, en sus personajes. Recuerdo que en “La canción de los misioneros”, hacía un ejercicio imposible para conseguir que su protagonista, Bruno Salvador, africano mestizo, se convirtiera en un impecable buen salvaje, frente a un montón de occidentales idiotas. Y recuerdo también que en ‘El hombre más buscado’, se empeñaba en presentar a un tal doctor Abdullah como un crisol de perfección, que resultaba, de tan bruñido, completamente falso. Aquí no hay tanta obsesión por explicarnos que Rousseau tenía razón y que la Ilustración estaba equivocada.


Por momentos, ‘Un traidor como los nuestros’ recuerda a las películas de David Mamet, en las que ves unas cosas pero realmente están sucediendo otras cosas: un modelo, por cierto, que ha sido muy imitado, casi siempre con poco éxito. John Le Carré opera de una forma parecida: nos relata paso por paso todo lo que sucede, pero sólo sugiere lo que verdaderamente está sucediendo... aunque a partir de la mitad de la novela, que se desarrolla en París, y durante la final de Roland Garros entre Federer y Soderling, que tuvo realmente lugar en junio de 2009, el lector puede saber cómo se desarrollarán los acontecimientos.


Cuando John Le Carré comenzó a tener éxito con sus novelas de espías, la televisión todavía andaba en pañales y el cine de acción era algo ocasional. Ahora, no es así. La televisión produce ficciones de alta calidad y el cine de acción revienta de superproducciones, y novelas como ‘Un traidor como los nuestros’ son subproductos: ni buena literatura ni buen entretenimiento.