narrativa

Las anécdotas del memorioso

José maría conget, premio de las letras aragonesas de 2008, publica ¿la ciudad desplazada¿.

José María Conget en uno de sus lugares predilectos: una librería repleta de curiosidades y libros raros y olvidados.
Las anécdotas del memorioso
MARIBEL CRUZADO

Aquí está José María Conget con su mundo habitual: las historias que se van trenzando, filosas, con una prosa tersa y absorbente, esos personajes que se asoman una y otra vez a las relaciones peligrosas (los tríos, creo que se deduce en el libro, no conducen a ningún paraíso, ni siquiera a ese de “sexo con risas. Qué magnífica receta”). José María Conget (Zaragoza, 1948) arma unas ficciones habitadas por el azar, los recuerdos más o menos imprecisos, y por un entramado de películas, de tebeos, de canciones, y de libros y atmósferas literarias: por aquí andan Cervantes, Marcel Proust, Julio Cortázar, Salgari constantemente. El cine, el cómic, la música y las letras son, para Conget, parte de la felicidad.


El amor y los amores traicionados pueblan al menos tres relatos: ‘Variación sobre un tema’, que es la crónica de una amistad de dos mujeres, Ánsel y Loren, que de niñas paseaban juntas ante una tienda de lencería. Muy diferentes, una de letras y otra de ciencias, volverán a unirse en la figura apacible de Pedro, que se casa con Loren. De golpe intervienen las tormentas de la pasión que acuden a desmantelar lo que parecía un matrimonio perfecto y una amistad ejemplar. La última parte del relato confirma que casi nunca nada es lo que parece, ni en la amistad ni en el amor.


En ‘Navarra-104’ se aborda una historia de la mili, de un tiempo en que todos “éramos de la generación del Capitán Trueno” y en el que el alférez Lobo le decía a un licenciado, motivo de burlas: “Filósofo marca el paso. Filósofo ese Cetme, filósofo más brío que te cae una imaginaria…”. Un tiempo en que “los domingos se debían hacer más largos que una misa cantada”. Javier es un soldado que se parece a Fideo de Mileto y que tiene una concepción muy particular de la vida, entre ingenua y romántica, hasta que aparece en su vida Marta. El relato es conmovedor y tiene un componente de brusco aprendizaje sentimental: el mejor amigo del soldado le cuenta a su hermano la historia y en el fondo le está contando la película de ‘Jules et Jim’ de Truffaut.


El otro relato de tríos, y de espejismos y de azares, es ‘Encuentro casual en una estación de autobuses’, que es también un cuento con una enigmática carga del pasado que vuelve o que se extiende como una pesarosa mancha de aceite.


Conget cuenta muy bien: conoce muy bien los vaivenes del corazón. Evoca los amores perdidos, los pasos extraviados, hurga en las decisiones erróneas, y explora como nadie las relaciones desgarradoras. Y no solo eso: es un experto en contar infancias y adolescencias, a las que extrae todo el jugo de la evocación y la energía de los sentimientos y de las emociones. Uno de los cuentos más subyugantes, y quizá grotescos, es ‘Despedida’. Un hombre con flato y una indigestión de migas sufre varios infartos y entra en urgencias en una ciudad en la que ha vivido antaño, donde dejó algunos amores. Solo, ingresa en la UCI y ahí vive una auténtica pesadilla kafkiana y convoca a sus fantasmas. Eso sí, recuerda películas y algunas protagonistas como Raquel Welch, películas de ciencia ficción, algunas historias de amor, y se acuerda de sus novias: Elvira, a la que dejó para no formar una familia burguesa, y Elsa, que le decía “que en lugar de corazón tenía un mecanismo de relojería”. Como suele ocurrir en la obra de José María Conget, también en ‘La ciudad desplazada’ hay mucho humor.


‘El cazador de libros’ es un cuento fantástico que encantaría a Borges o Stanislaw Lem. Es la historia de un hombre fetichista que descubre en Nueva York una librería o un almacén secreto de un millón de libros, que comete la indiscreción de comentarle su existencia a un librero sevillano. Este texto tiene algo de autobiográfico y mucho de confesional: Conget juega con otros textos e incidencias y cuenta la fabulosa historia del gallego Eliseo Torres y del poderoso y a veces insano influjo de la literatura. De cómo viajan los libros, cómo huelen, y crea una sugerente voz anónima.


Todo el libro es espléndido. Medido. Hondo. Divertido. ‘Quillomamona’ es la tentativa casi imposible de un profesor por recuperar a alumnos que son delincuentes para la enseñanza, y lo hace a través de las letras de rap improvisadas, de las canciones de la música heavy, de los cómics de superhéroes o del obsequio del ‘kínder-bueno’. ‘La ciudad desplazada’ es la historia de una pareja que regresa a Londres y percibe, dolorosamente, la imprecisión de los recuerdos.


He dejado para el final el cuento ‘Fútbol antiguo’, que apareció en Rolde, luego en el volumen ‘Cuentos a patadas’ y ahora aquí. Es un cuento muy historiado y cautivador, que prueba que a Conget no le disgusta tanto el fútbol. El Real Zaragoza era el equipo de su padre, y él es, en el fondo, el personaje central del relato, que le permite a José María reconstruir los años de Los Magníficos, evocar a Duca y a su bigotito, elogiar al ‘patas’ Murillo, recordar a algunos amigos como Rafa Aubá o Luis Andolz. Y sobre todo se reencuentra con su padre que ‘prefirió’ morir antes que ver perder a su Real Zaragoza.


La obra de José María Conget descansa sobre la exaltación de la vida. Y sobre el talento. Y sobre el ingenio. Es un escritor sereno, con un oficio increíble y envidiable. Es un escritor seguro, sin afectación. Es un maestro de la memoria sentimental y de las emociones.