LITERATURA

La novela histórica y la "literatura chatarra"

La novela histórica "está de moda", según ha reconocido un nutrido grupo de autores, y algún historiador, reunidos por la Semana Negra de Gijón en una tertulia en la que han analizado la situación y las perspectivas de este género. Este auge, sin embargo, ha supuesto la aparición de un gran volumen de "literatura chatarra", que toma a personajes o hechos históricos para revestir tramas con muy poco rigor y con una paupérrima investigación, según han coincidido en señalar.


Nacho Guirado defendió que una buena novela histórica debe empezar precisamente por un exhaustivo trabajo de documentación para, "una vez que tenemos el soporte documental, buscar el tono de la acción". El rigor también es la pieza esencial a la que apeló el alemán, Gisbert Haefs, aunque señaló que "los novelistas debemos narrar la Historia de forma más amena que los historiadores".


El italiano, Alessandro Barbero, historiador profesional además de novelista, apeló al espíritu crítico de los lectores porque "hay gran cantidad de literatura chatarra, pero ellos no la ven así porque la consumen de forma masiva, por lo que hay que educarles para que perciban la diferencia". Para Ricard Ibáñez existen claramente dos tipos de novela histórica, "la rigurosamente amena y la que cae peligrosamente en el retorcimiento de los personajes para llevarlos a situaciones no demostradas o falsas". Ese último tipo de relatos es, según él, especialmente peligroso cuando la principal cualidad de la novela histórica es que tiene la posibilidad de acercar al lector "a la cotidianidad de un tiempo pasado", el terreno más difícil para los historiadores.


Un historiador, el mexicano Jorge Belarmino Fernáica bien hecha puede llegar "a un plano de realidad al que no llega el ensayo histórico, el historiador tiene unos límites que la novela suele traspasar", dijo.


Límites


William Ospina incidió en los límites entre el novelista y el historiador y explicó que "los historiadores escriben libros que los novelistas después cuentan a la gente" de forma más amena, y asegura que el escritor puede contar "cosas vetadas al historiador, que no están en los documentos, sino en el sentido común. Hablo de cosas que sabemos que sucedieron, porque ocurren a toda la gente, en cualquier época". Alfonso Mateo-Sagasta apeló a la mera función de entretenimiento de la novela y negó que deba tener una función social formativa, "ese es el trabajo de los historiadores, no de los novelistas", dijo. En su opinión, "el problema es que esa vertiente de información, ha desaparecido en unos historiadores enfrascados en el concepto de Historia como ciencia, cosa que no es, y pierden la noción de para quién trabajan, escribiendo ladrillos completamente ilegibles".


Mateo-Sagasta dijo que "es un horror" leer los trabajos de muchos historiadores, algo que padece cuando intenta documentar sus novelas, y sostiene que "faltan los profesionales que conviertan esos textos en accesibles para los lectores, en España no hay historiadores profesionales que sepan contar lo que saben a los lectores". Para el escritor español, "después existen otros que, ni son novelistas, ni son escritores", a los que la gente acude para buscar información histórica, ante esa carencia de los historiadores profesionales.


Otro escritor español, Luis García Jambrina, explicó las tres reglas que trató de aplicar en su única novela histórica, 'El Manuscrito de Piedra'. La primera es "que el adjetivo, histórica, que supere al sustantivo, novela". La segunda que "la novela histórica debe ir más allá de donde llega la Historia" y la tercera que "si quieres inventar, documéntate", combinando el rigor histórico con el narrativo.