Heraldo del Campo

30 ANIVERSARIO DEL 23-F

Santiago Marraco: «Mi sensación fue que era un golpe de república bananera»

El antiguo líder del PSOE aragonés ocupaba el 23-F una atalaya ideal: la bancada del Congreso de los Diputados.

Santiago Marraco, ex presidente de la DGA y ex diputado en el Congreso, en Huesca en 2009.
Santiago Marraco: «Mi sensación fue que era un golpe de república bananera»
RAFAEL GOBANTES

Santiago Marraco (Canfranc, 1938) tiene, respecto al golpe de Estado, dos dilemas menos que el resto -casi- de los españoles: ni se va a olvidar de dónde estaba el 23 de febrero de 1981 ni va a equivocar la respuesta cuando le pregunten si vio en directo la irrupción de Tejero en el Congreso (la emisión de TVE, hay que recordar, fue en diferido). El ex presidente de la DGA era diputado en el Congreso cuando la asonada tomó cuerpo.


¿Pensaba que podía ocurrir?


La verdad es que la democracia aún no estaba consolidada; nos encontrábamos en pleno final de la Transición. Los cuadros del Ejército no se habían renovado, el generalato era el de la Guerra Civil, había aún un fuerte poder de los sindicatos verticales? No resultó extraño. Pero al final fue una absoluta chapuza, por fortuna.


Eso fue lo bueno, ¿no?


Sí, aunque no hubiera triunfado ningún tipo de golpe. El Ejército estaba desplegado de modo que hacía más frente a un eventual enemigo interior que a uno exterior. Pero, de alguna manera, las capitanías generales de entonces eran fieles a la Monarquía.


Y ¿no cree que más que obedecer al Rey porque creían en la Monarquía lo hicieron porque se lo había ordenado Franco?


No, yo creo que no. Que entendían que era una vuelta a la organización jerárquica española de la Monarquía, del cual el franquismo había sido un paréntesis.


El general Luis Pinilla, entonces director de la Academia General Militar y que falleció en 2004, dijo, en una entrevista en Heraldo en 1991, que solo un 10% de los integrantes de la AGM no eran partidarios de que el golpe prosperase.


Yo entiendo lo que quería decir: que el otro 90% estaba atento a lo que decía la Zarzuela. Por eso, todas esas especulaciones sobre el Rey y el PSOE son patrañas; si el monarca hubiera estado al lado del golpe, hubiese prosperado. Y todo lo demás son invenciones de la derecha que añora el franquismo.


¿Cómo recuerda aquellos momentos? ¿Los recuerda bien?


Perfectamente. Acababa de votar el diputado Manuel Núñez Encabo (al que a partir de entonces comenzamos a llamar cariñosamente Manuel Núñez 'Al suelo'). Como esas sesiones eran aburridísimas, yo estaba leyendo un libro de Valle Inclán en el que, curiosamente, Miláns del Bosch (el abuelo del militar del 23-F) conspiraba desde Londres para dar un golpe en España. Mi sensación fue que era un golpe de república bananera. Algunos guardias civiles entraron con el mono de trabajo; los del Parque Móvil, por ejemplo, con el mono de conductor. Era deprimente.


Recuerdo que el capitán Muñecas, que hacía de portavoz, le dijo a un subordinado que leyese los télex. Y este empezó: «Parece que no se moviliza nadie?». El capitán le reprendió enfadado: «¡Más abajo!», donde hablaba de los tanques. En fin, un puro disparate.


¿Temió por la vida de alguien?


La reflexión que hicimos fue que el problema estaba en los pueblos. Porque nosotros, los diputados rasos, éramos rehenes y nos querían utilizar de moneda de cambio para negociar. Pero me acordé de pueblos duros como Alcubierre o Grañén, por las posibles represalias de los franquistas. Y, de hecho, muchos cogieron comida, escopeta y zurrón y se fueron al monte. Yo, como secretario general del PSOE en Aragón en aquel entonces, estaba preocupado por qué podía pasarles a mis compañeros.


¿Y su familia?


Pasó una cosa muy bonita: a mi mujer le llamó mucha gente, tanto de derechas como de izquierdas, para decirle: «Vente a casa con los hijos, que aquí no te van a buscar». La gente no estaba por el golpe.


A medida que pasaron las horas, la situación se fue relajando.


La noche fue cada vez más chusca: asaltaron el bar, se bebieron todo lo que había? Para salir al baño, teníamos que levantar el índice y te acompañaba un guardia civil apuntándote con una metralleta. ¡Cuando acabo, el agente va y me pregunta si sabía por dónde estaban saliendo sus compañeros! Le respondí que creía que por una ventana junto a la sala de prensa.


Este tipo de cosas indican la torpeza de Tejero. El único riesgo que teníamos es que alguno se emborrachara e iniciara una escabechina. Tejero tenía ya el rostro descompuesto. Sobre las doce de la noche, nos dijimos: tranquilidad.


¿Comparte con Javier Cercas que toda la oposición a Adolfo Suárez fue demasiado lejos en sus críticas al entonces presidente?


A Suárez lo barrieron en el Congreso de UCD en Mallorca. ¿Si perdimos las formas? Pienso que no. Veíamos que Suárez flojeaba bastante, y que también se erosionaba su poder en la UCD, un partido muy difícil de controlar. Nosotros hicimos la labor de oposición que había que hacer.


¿Influyó el golpe en que se aceleraran los procesos autonómicos?


Yo creo que no. Como sabe, entonces se oía ruido de sables en los cuarteles. Los militares de la Guerra Civil no estaban conformes con la deriva del país y el mensaje antiautonómico estaba calando. Y es un discurso que continúa vivo...


Usted es partidario de aplicar la Ley de Memoria Histórica.


Es razonable: no se pide que se abra un proceso contra los fusilados, sino solo un entierro honorable para las víctimas. Yo sé dónde están mi abuelo y mis tíos, dónde fueron fusilados y metidos en sacos: en Jaca, en un sitio digno. Pero es que hay personas que no saben dónde está enterrado su padre. Es una cuestión de dignidad. Las heridas están abiertas; de lo que se trata es de cerrarlas.


Por suerte, las cosas han mejorado, tres décadas después.


El problema, desde mi punto de vista, es que somos aún una democracia del siglo XX: hay que tener más agilidad para facilitar la voz de movimientos que no están estructurados en partidos políticos. Es un potencial que hay que encauzar.