POLÍTICA

La Moncloa, en zapatillas

María Ángeles López de Celis, funcionaria de Presidencia del Gobierno durante 32 años, desvela en un libro la cara menos conocida de los cinco presidente y sus familias. Desde el atractivo personal de Adolfo Suárez hasta la preocupación de la esposa de Zapatero por sus hijas..

La Moncloa, en zapatillas
La Moncloa, en zapatillas

Los presidentes del Gobierno son bichos raros. Indefectiblemente. Pocos son los llamados, menos los elegidos y, envueltos en el aparato del Estado, cuesta a veces reconocer en ellos a un congénere. La Historia les juzga por su legado pero, hasta el día del Juicio, al común nos gusta bajarles de la peana y constatar que sí, son humanos después de todo. Fulanos como cualquiera.


En 32 años como funcionaria en la Secretaría de Presidencia, Mª Ángeles López de Celis (Madrid, 1957) ha visto sin alzas a los cinco jefes del Ejecutivo de la democracia. Ahora cuenta en 'Los Presidentes en zapatillas' (Espasa) sus vivencias en la 'zona cero' del poder. Abandonó el palacio de la Moncloa en julio, sin alejarse mucho. Hoy trabaja en el Ministerio del Interior de Alfredo Pérez Rubalcaba. Ese sí que sabe de presidentes en zapatillas.


ADOLFO SUÁREZ

(1976-1981) Un seductor en tiempos del papel carbón

Es, de los cinco, el presidente al que López de Celis se llevaría de vacaciones; "pero sin dudarlo, vaya". Un hombre "cálido y entusiasta", un prestidigitador, capaz de navegar en las aguas procelosas del posfranquismo y alumbrar la transición. Y sí, claro, "un seductor al que las mujeres adoraban". De los que hacía a su interlocutor/ora el centro del universo. "Te hacía sentir que realmente estaba encantado de conocerte. Tenía otra manera de mirar, con tintes más varoniles, cuando compartía conversación con una mujer de su agrado. ¡Ya está poniendo ojitos!, decíamos nosotras".


La de Adolfo Suárez era una Secretaría de Presidencia sacada del 'Cuéntame'. Eran los tiempos del papel carbón, de las máquinas de escribir, de las operadoras telefónicas con clavijas, del pendolista-falsificador que imitaba la firma de Adolfo Suárez para dar salida al papeleo burocrático de trámite. Hoy de eso se encarga una máquina, pero aquel hombre "era todo un personaje, con unas pintas un tanto siniestras, con traje oscuro y unas gafas gruesas", ríe Mª Ángeles. "Las cosas importantes las firmaba el presidente, claro, y al falsificador le guardábamos cosas rutinarias. Una vez por semana venía el hombre, echaba su garabato y se iba, así teníamos la tarea hecha".


Quizá por la proximidad y la bisoñez de todos, funcionarios y políticos, por esa sensación de fragilidad y vértigo ante la historia, los primeros años de la democracia en la Moncloa se recrean con especial cariño. "Es que estábamos todos allí juntos, casi no había separación entre los despachos, era fácil enterarse de muchas cosas", evoca la autora. Como de ese almuerzo con generales en el palacio de la Zarzuela, en presencia del Monarca.


Corría 1981. El rey Juan Carlos se ausentó un momento y uno de los militares se enzarzó con Suárez, al que reclamó la dimisión, con gesto de echarse la mano a la pistola. Los hijos del ex presidente, hoy aquejado de demencia senil, lo han negado, pero la autora reivindica la "absoluta solvencia de sus fuentes".

 

Leopoldo Calvo-Sotelo (1981-1982) Sentido del humor y cerebro en un corto mandato

La presidencia más breve, apenas dos años, y el presidente peor entendido. Adusto de apariencia, Calvo-Sotelo gastaba en realidad un sentido del humor de muchísimos quilates. En el trato corto era una delicia hablar con él. En actos electorales, ante el público, un dolor de muelas. "Leopoldo, cada vez que sonríes en campaña perdemos 20.000 votos", le decía un colaborador. Irónico, políglota, deportista, melómano, fue "el presidente de mayor talla intelectual" que ha gobernado. Con él, la Moncloa hubo de adaptarse a las necesidades de una familia numerosa, los ocho hijos nacidos junto a Pilar Ibáñez. Su única extravagancia suntuaria fue habilitar una salita para el piano, del que era virtuoso.


El 'síndrome de la Moncloa', esa ceguera y sordera transitoria que afecta tanto más cuanto más altas las cimas del poder coronadas, y según el tiempo se mantenga uno en la cumbre, apenas hizo presa en Calvo-Sotelo. "Porque estuvo poco tiempo y porque probablemente su personalidad también tenga algo que ver", dice López de Celis, psicóloga de formación.


Felipe González (1982-1996) Un pura sangre de la política

Felipe González, 'Felipe' para todos, "posee el halo, el gen, el cromosoma" de la política, se lee en el libro. Un pura sangre de la 'res publica', un animal político de los que salen pocos, si alguno, en cada generación. "Un líder nato y también contradictorio", a ojos de la funcionaria, porque el hombre brillante, arrebatador de las masas, que "no seduce, hipnotiza", pierde lustre en el plano corto. "Parece encogerse de tamaño" y ahí, en 'petit comité', se muestra "tímido, parco en palabras, poco comunicativo...". Un hombre que cocina, que cultiva bonsais, que trabaja el ámbar y la madera, un ser introspectivo y solitario.


En su etapa, la más larga hasta ahora, la Moncloa emprendió el camino sin retorno hacia la modernidad, como el resto del país.


Llegaron los primeros ordenadores. Aun así, en el complejo monclovita funcionarios y políticos seguían coexistiendo en un pañuelo. Una época con escenas impagables; ese Julio Feo, el atrabiliario secretario general de la Presidencia, enzarzado en broncas telefónicas con su 'ex' dignas de 'La Guerra de los Rose'.


O el lobo feroz del PSOE y vicepresidente, Alfonso Guerra -"el otro hemisferio cerebral" de Felipe-, jugando al cú cú con su pequeña hija Alba detrás de la mesa de un ordenanza.


En esos años se construyó el búnker de Moncloa para garantizar la seguridad del presidente y de sus ministros en caso de emergencia de máximo nivel. Al mismo tiempo, una pareja de desconocidos -él, "un negro enorme, que llamaba poderosamente la atención"- sortearon todos los controles y robaron un cuadro valioso de dependencias oficiales, luego recuperado.


Fue el momento del despegue español en el exterior, la OTAN, la Comunidad Económica Europea... y en 1991, la organización de la Conferencia de Paz para Oriente Medio. Puesta de largo mundial, nervios, carreras de última hora. Los líderes mundiales a punto de inaugurar la cumbre en el palacio de Oriente; Felipe sube hacia el atril y su discurso... todavía en Moncloa. "No hubo infartos de milagro. Se mandó un motorista, se cortó el tráfico en medio Madrid y, al final, llegó justo a tiempo, parecía el correo del zar. Al día siguiente le rendimos honores de Estado al motorista", sonríe Mª Ángeles.


El libro esquiva el terreno picante... casi siempre. Entre Felipe González y Rosa Conde "siempre hubo una atracción especial que trascendía lo puramente profesional". En la obra relata que en algunas de sus reuniones "echaban el pestillo a la puerta". La autora se defiende: "Yo creo que eso ya no escandaliza a nadie. Parece que estuviera descubriendo algo nuevo. Yo lo he dejado ahí, a buen entendedor...".

 

José María Aznar (1996-2004) "El milagro" se hizo carne

"Yo soy el milagro", declaró Aznar al 'Wall Street Journal' al año de gobernar. Desde la llegada del matrimonio Aznar-Botella, el olor a incienso se percibía intenso en la Moncloa, a juzgar por lo descrito en 'Los Presidentes en zapatillas'. Su autora no esconde su falta de sintonía con el presidente del poblado mostacho. "Sin ser fácil ese 'feeling' con él, menos aún con el equipo que le rodeaba", confiesa.


En ese equipo había personajes delirantes. La jefa de la Secretaría de Presidencia era Milagros (más milagros) Rodríguez Falcón. Retratada aquí como una extremista católica, adicta al trabajo y de lealtad mesiánica al jefe, que hacía 'jogging' en el vestíbulo mientras rezaba el rosario, con la limpiadora dando la réplica de 'ora pro nobis'. En un momento de especial adversidad política, Milagros se planteó convocar a un sacerdote para un exorcismo, convencida de que el Gobierno era víctima de "un mal fario".


La etapa de Aznar fue "la de mayor esplendor cortesano" de estos 30 años. Una corte del faraón con doña Ana Botella de suma sacerdotisa. Ella y sus reformas decorativas. Adiós al minimalismo racional de la etapa anterior. "Todo era recargado y ostentoso, tanto que el edificio parecía haber encogido de tamaño". Y en medio de aquel panorama de cretonas y retablos, el vicepresidente, Francisco Álvarez Cascos, haciendo cortes de mangas a los perros cocker de Aznar, 'Zico' y 'Gufa'. Los tres se profesaban un odio sarraceno. Al final consiguieron morderle, como a casi todos.

 

José Luis Rodríguez Zapatero (2004-...) Talante y optimismo

"Es mucho más atractivo de lo que parece en televisión". Primera constatación. Un hombre en el que lo que se ve es lo que hay, que "irradia paz". El talante, para Mª Ángeles López de Celis, no es un eslogan. "Es muy optimista, un jefe muy cómodo para trabajar, muy flexible", dice. Él y los suyos. "Llevan una vida sencilla, muy familiar, con unos horarios normales salvo por la locura de su trabajo y de su cargo, pero luego se acuestan pronto, salen poco, disfrutan de los paseos...". A Zapatero, sabido es, le gusta la ensaladilla rusa, el vino no le dice gran cosa, y disfruta de la música de Supertramp y los partidos del Barça.


El único punto de fricción del matrimonio armónico que forma con Sonsoles Espinosa es la educación de sus hijas, Alba y Laura. Él, demasiado tolerante a juicio de ella. "Forma parte de su filosofia de la vida: mejor incentivar con estímulos y no con imposiciones", escribe la autora.


El complejo presidencial de la Moncloa tiene hoy poco que ver con el que Mª Ángeles conoció a finales de los setenta. Todo es más grande, más moderno, más profesional. Hay menos proximidad entre funcionarios y el presidente, su familia, y los ministros. En esta etapa la información está más restringida y hay menos oportunidades de contemplar al jefe del Ejecutivo en zapatillas, o de presenciar las travesuras de sus hijos.


Tirando de memoria, de hemeroteca y de internet, Mª Ángeles López de Celis se ha sorprendido "de lo público que hoy es todo".


No ha revelado "ningún secreto oficial", algo que, como funcionaria, le está vetado por la Ley de Protección de Secretos Oficiales. Y si alguien se ha molestado por sus recuerdos, pide "disculpas".