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Ascenso y caída de Francisco Correa

El presunto líder de la trama se acercó al PP de la mano de un alto cargo y allí hizo y deshizo

Francisco Correa es como la peste: a algunos deja malheridos y a otros muertos, pero muy pocos se libran. Llegó al PP apadrinado por un destacado dirigente del que supo hacerse cómplice. El político había acudido a su agencia de viajes a comprar un billete para viajar a Estambul con su amante y el avispado empleado se compró un pasaje idéntico para él y su esposa. Cuando el dirigente llegó al avión, se encontró con Correa en el asiento contiguo y enseguida ambos supieron que serían cómplices del secreto.

 

Así nació la relación que facilitó los negocios a Correa dentro del PP en los primeros años de la década de los 90. Primero con FCS y después con Pasadena Viajes, se encargó de organizar todos los viajes del partido, incluidos los de los periodistas que seguían las campañas electorales y los desplazamientos de José María Aznar.

 

Los precios de algunas facturas llamaban la atención, pero los populares se acostumbraron a tener un proveedor fijo y disponible casi en exclusiva para atender a todas sus necesidades.

 

Correa vio enseguida la posibilidad de ampliar su negocio y ofreció un servicio completo para mítines, caravanas electorales, congresos y convenciones. Creó una empresa de organización de eventos y empezó así a reinar entre bafles, sillas y tinglados en plazas de toros, hoteles y polideportivos. Su aspecto achulado de perilla descarada, sus joyas, sus trajes de alpaca y botines de afilada punta componían una estampa habitual en los preparativos de cualquier acto cuando supervisaba a sus empleados.

 

Discutía mucho con Miguel Ángel Rodríguez porque el periodista vallisoletano quería mantener bajo control hasta el más mínimo detalle. Correa se enfrentó con él sin complejos porque sus relaciones empezaban a ser cada vez más sólidas con los miembros de la cúpula del partido. Las quejas de los funcionarios de la organización o de los periodistas, que denunciaban los abusos de sus facturas, caían en saco roto y chocaban una y otra vez con el muro de protección formado por el tesorero popular Álvaro Lapuerta y el gerente Luis Bárcenas.

 

Participó en unas elecciones gallegas y así conoció a Pablo Crespo Sabaris, secretario de Organización del PP en esa comunidad hasta que la dirección le expulsó cuando el hasta entonces todopoderoso Xosé Cuiña cayó en desgracia. Se instaló en Madrid y Correa encargó a Crespo que se hiciera cargo de su tinglado empresarial mientras él daba el salto a su tercera fase.

Amigo de Agag

Ávido de dinero y obsesionado con ser rico. Así describen a Correa sus conocidos. Dicen que intimó con Alejandro Agag a través de Antonio Cámara, el hombre de confianza de José María Aznar. Con Agag entró en el círculo de los jóvenes del clan de Becerril, niños bien con ansias de poder y dinero que subieron como la espuma bajo el impulso del yerno del presidente. En el mismo círculo de amistades se coló su socio en Valencia, Álvaro Pérez Alonso, que jugó fuerte a favor de los campistas y en contra de los zaplanistas para quedarse con todo el negocio de la organización de eventos del PP levantino.

 

Álvaro 'el bigotes' encandiló a las madres de los contrayentes cuando se hizo cargo, junto a Correa, de la organización de la boda en El Escorial entre Ana Aznar y Agag. Fue el evento de su vida y también el punto de inflexión en su carrera. Aunque ya había comprobado lo lucrativo que podía resultar usar sus contactos políticos e intermediar en recalificaciones y contrataciones, fue a partir del 2003 cuando dio el salto definitivo a su nueva actividad. Special Events y la organización de actos pasó a ser la tapadera de otra actividad mucho más rentable.

Su técnica consistía en agasajar a sus presas, invitarles a fiestas, regalarles caros relojes, pagar facturas o invitarles a costosos viajes con sus familias para asistir al concierto de Año Nuevo en Viena, por ejemplo. Después, reclamaba dinero en nombre del PP, del concejal, alcalde o consejero autonómico de turno. La investigación judicial determinará en qué casos contaba con la connivencia del cargo público y cuándo jugó de farol simulando complicidades inexistentes.

Principio del fin

Javier Arenas caló a Correa desde el primer momento. Compartieron mesa y mantel en la playa de la Carihuela, en Torremolinos, y el político andaluz advirtió a los suyos del peligro. "No quiero volver a ver a este tío cerca", les dijo.

 

Cuando llegó a secretario general en 1999, descubrió, por ejemplo, que Special Events cobraba mil pesetas por cada botella de agua mineral.

El PP empezó a pedir una segunda oferta para todas las actividades con la intención de bajarle los humos a Correa, a diversificar los proveedores y a reducir de manera drástica los contratos con Special Events. Arenas incluso remodeló, antes de los comicios municipales de 2003, el departamento electoral.

 

Cuando empezaron a circular con fuerza las arriesgadas operaciones del empresario en algunos ayuntamientos de Madrid, a principios de 2004, fue el propio Mariano Rajoy quien decidió cortar por lo sano y suspender toda relación con el hoy preso preventivo. Ascendió rápidamente, pero tan deprisa o más ha caído, y con él otros, algunos ya descubiertos, otros, aún no.