La presidencia del BEI
En un intenso ejercicio de diplomacia y política comunitaria, el Gobierno ha logrado que la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, se convierta en la próxima presidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Esta alta responsabilidad, nunca antes desempeñada por un español, permite a Pedro Sánchez trasladar una suerte de capacidad de influencia en el seno de la UE, a la vez que rentabiliza, en el plano de la política doméstica, un nombramiento con el que pretende amortiguar los interrogantes expresados por Bruselas ante la futura ley de Amnistía y los ataques a la independencia de los jueces
La inminente designación de Calviño al frente de BEI -el banco público de la Unión con capacidad crediticia para impulsar proyectos de interés europeo tan relevantes como la descarbonización o determinante para medir el papel de Europa en la guerra en Ucrania- supondrá la obligada reestructuración del recién constituido Gobierno de coalición. Aunque la posibilidad del relevo se barajó desde el primer momento, Calviño no es una pieza de fácil sustitución en el Ejecutivo. La vicepresidenta, que llegó al Gobierno como un elemento de seguridad y garantía tanto para Bruselas como para los principales agentes económicos españoles, venía actuando como un contrapeso para los socios de Sumar y como una referencia, también cada vez más política, en la toma de decisiones económicas de Sánchez. Su salida, que no será efectiva hasta el próximo 1 de enero, obliga al presidente a un movimiento que deberá generar la confianza necesaria en una economía que muestra evidentes signos de desaceleración. Sin dudas sobre la importancia de su futura responsabilidad, Calviño, que será la primera mujer al frente del BEI, ha logrado imponerse a candidatos tan relevantes como la vicepresidenta de la Comisión Europea Margrethe Vestager o el exministro de Finanzas italiano Daniele Franco.
