Volcán de La Palma

Una lenta reconstrucción en medio del silencio

Los afectados por el volcán retoman sus actividades, como la elaboración de vino y miel, aún aislados por la lava y con la ceniza omnipresente.

Comienzan los trabajos en Tazacorte para acceder a zonas aisladas por la lava.
Trabajos en Tazacorte para acceder a zonas aisladas por la lava.
EFE

Durante la erupción del Cumbre Vieja, Jésica Díaz vio cómo sus abejas morían. Salían de sus colmenas y la mayoría no regresaba. Al intentar hacer su tarea de recoger polen, caían con las alas impregnadas de las partículas negras que expulsaba el volcán y no lograban regresar al panal. "Sus alas se llenaron de polvillo negro", recuerda Díaz, que tenía doce colmenas en Fuencaliente, desde hace diez años, y le quedan dos. "Las abejas también murieron por los gases. Si afectaban a las personas, imagínate lo que les hacían a unos animalitos tan delicados".

Con la erupción, las colmenas se vaciaron al mismo tiempo que ella quedaba fuera de su casa. Fue una de las evacuadas. Su hogar está en La Bombilla, donde todavía no se puede volver. "No pude regresar y no me dejan ir a ver cómo está", mantiene, mientras vive en una caravana aparcada en Los Llanos. En La Palma hay aún 400 vecinos que viven en hoteles, y otros mil que no han regresado a vivir a sus hogares, por el deterioro que encuentran.

"Ya pueden ir a casa pero algunos siguen en hoteles", confirma Sergio Matos, coordinador de Acción Social de la Oficina de Atención a los Afectados del Volcán. "En La Laguna, por ejemplo, hay unas mil personas que incluso han tenido que poner puertas y ventanas nuevas. Y en lugares como Puerto Naos, La Bombilla o El Remo todavía hay una alta intensidad de gases tóxicos".

La prioridad, dice Matos, es la "seguridad". Y utilizar los fondos gubernamentales y europeos en la reconstrucción de carreteras, servicios públicos, como agua y electricidad, y centros de salud y colegios. "Las ayudas están llegando", tranquiliza Matos. Mientras tanto, la construcción de casas provisionales se cuentan con los dedos de la mano -por ejemplo, cinco viviendas modulares- y se intenta llegar a las 100 familias reubicadas en nuevas viviendas.

Esta semana se aprobó un decreto del Gobierno regional para permitir la construcción en suelo rústico y agrícola de los municipios afectados. Se trata de un término medio entre lo que pedían los vecinos -replicar las casas perdidas en el mismo lugar- y el empeño de las autoridades de impedir la urbanización sobre la lava. "Incluso pueden hacer una casa igual a la que tenían", explica.

Desde su caravana, Díaz sigue pendiente de sus abejas. Primero observó que las que lograron sobrevivir no se fortalecían. "Las flores también estaban cubiertas de ceniza, y no podían recoger polen", mantiene Díaz, de 26 años y estudiante de Pedagogía, que aprendió la apicultura de su padre y de su abuelo y tuvo su primer panal propio a los 16. En cuanto pudo las llevó a Mazo, "pero algunas estaban muy débiles".

Más de un mes después de que el volcán dejara de rugir y el silencio se impusiera de nuevo en la isla, Díaz trabaja en la duplicación de sus colmenas. "Intento dividirlas. Sacar dos de una, haciendo una reina cuando sea la época", asegura con resignación, mientras el corte de los caminos hace que el trecho corto de antaño se haya convertido en más de hora y media de ruta para llegar a sus abejeras. No se plantea acercarlas, porque "hay montañas de arena todavía". En mayo o en junio se podrá probar la miel de este año, que Díaz envasa con Mieles Tagoja. Pide que "no se olviden de nosotros". "El volcán se apagó, pero seguimos aquí y queda por trabajar".

Algo bueno

Ese recorrido alrededor de La Palma para llegar a su centro de producción no es inusual. Para ahorrar camino, los productores agrícolas fletan barcos para acceder a las regiones aisladas por las costras de coladas. Entre los que cubren ese largo recorrido por tierra está Alexis Simón, propietario de las Bodegas Tamanca, un vino de denominación de origen La Palma. La recolección del año del volcán se salvó, cuenta.

"Había ya mucha parte vendimiada y quedaba por hacerlo en el norte de la isla, pero no se pudo recoger porque ya no se podía entrar en la bodega", recuerda Simón, que se prepara para embotellar el rosado de la cosecha 2021. "Pudimos elaborarla a ratos, cuando se nos ha permitido pasar, por los gases. Ahora hay mucha viña enterrada en el Valle, Tajuya, El Paso, Las Manchas, zonas importantes de uvas y de vino. Todavía hay que desenterrarla para ver si resiste, y esperar. Aunque para 2022 habrá cosecha, será peor en cuanto a kilos de uva. Gran parte por la ceniza, pero también la sequía".

Entre las ruinas, con su restaurante y bodega cerradas al público, Simón encuentra algo positivo: "Dentro de lo malo, hay algo bueno. La Palma está ahora en boca de todo el mundo, no solo con el vino, sino con sus otros productos. Ahora depende en gran parte de los políticos, porque nosotros bastante bien lo hacemos para las circunstancias". También son optimistas en el terreno institucional. "Es una buena oportunidad", dice Matos. "Ahora va a empezar un plan de empleo con 63 millones de euros y proseguimos con las viviendas provisionales". El silencio que temen en La Palma no es solo el que dejó el volcán al dejar de rugir. También es el que llega de la península.

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