Mi España vacía

Viví muy de cerca la escritura de ‘La España vacía’. El libro de Sergio del Molino nació en una habitación de mi casa y allí fue creciendo poco a poco hasta llegar a ser el fenómeno editorial y social en que se ha convertido.
Sergio es mi pareja. Y por eso sé cuánto esfuerzo y cuánto cariño hay en las páginas de su ensayo. Porque ‘La España vacía’ es, sobre todo, una carta de amor a todas esas regiones a las que ha dado nombre, un homenaje a la tierra en la que muchos hundimos nuestras raíces y a la que nos sentimos unidos por los lazos de la familia, la historia y la memoria.
Miles de lectores se han sentido removidos por su lectura. Tanto, que el término ‘España vacía’ ha escapado al control de su autor y se ha convertido ya en habitual para referirse a las zonas afectadas por la despoblación. Es un orgullo que el libro haya ayudado a poner el problema demográfico en el centro del debate y haya impulsado una reflexión sobre un asunto, el éxodo rural, que afecta a millones de españoles.
Por eso, no entiendo que algunos de los responsables de la manifestación de este fin de semana hayan insinuado su rechazo a ‘La España vacía’, tanto al término como al ensayo en sí mismo, como si ambos fueran el enemigo, y no los impulsores de todo lo que ha ocurrido después.
Solo se me ocurre una explicación para sus reproches al libro: o no lo han leído o sufren una seria falta de comprensión lectora.