Mi España vacía

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Un momento de la manifestación del 31 de marzo por la España vaciada.
Enrique Cidoncha

Viví muy de cerca la escritura de ‘La España vacía’. El libro de Sergio del Molino nació en una habitación de mi casa y allí fue creciendo poco a poco hasta llegar a ser el fenómeno editorial y social en que se ha convertido.

Sergio es mi pareja. Y por eso sé cuánto esfuerzo y cuánto cariño hay en las páginas de su ensayo. Porque ‘La España vacía’ es, sobre todo, una carta de amor a todas esas regiones a las que ha dado nombre, un homenaje a la tierra en la que muchos hundimos nuestras raíces y a la que nos sentimos unidos por los lazos de la familia, la historia y la memoria.

Miles de lectores se han sentido removidos por su lectura. Tanto, que el término ‘España vacía’ ha escapado al control de su autor y se ha convertido ya en habitual para referirse a las zonas afectadas por la despoblación. Es un orgullo que el libro haya ayudado a poner el problema demográfico en el centro del debate y haya impulsado una reflexión sobre un asunto, el éxodo rural, que afecta a millones de españoles.

Por eso, no entiendo que algunos de los responsables de la manifestación de este fin de semana hayan insinuado su rechazo a ‘La España vacía’, tanto al término como al ensayo en sí mismo, como si ambos fueran el enemigo, y no los impulsores de todo lo que ha ocurrido después. 

Solo se me ocurre una explicación para sus reproches al libro: o no lo han leído o sufren una seria falta de comprensión lectora.

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