El político estrafalario

La Generalidad catalana dispone de diecisiete mil agentes policiales: son ellos quienes han de garantizar la seguridad del Gobierno en Barcelona.

Patrullas de los Mossos d'Esquadra en Barcelona.
Patrullas de los Mossos d'Esquadra en Barcelona.
Albert Gea / Reuters

El presidente aragonés, Javier Lambán (PSOE), ha calificado exactamente al presidente catalán, Joaquim Torra (PDECat, antes CDC) de estrafalario. Se ha quedado corto, a juzgar por las aclaraciones del personaje el día 12: es partidario de la ‘vía eslovena’ a la independencia, pero solo hasta la declaración de independencia, no de lo que pasó después (que fue una guerra). El pensamiento estrambótico omite a voluntad los efectos de las cosas y es típico de irresponsables. Uno de sus actos extravagantes ha sido declarar tabú el despacho presidencial, que no puede profanarse en ausencia de Puigdemont.

Del perpetuo perdedor Artur Mas, uno de los narcisistas con menos motivos para serlo de la política española, les libró la CUP, que lo vetó, para imponer al ignoto Puigdemont, periodista de oficio, ya que no de carrera. De este vecino de Waterloo se deshizo, sin buscarlo, el juez Llarena. Pero del abogado, escritor y exsargento de Infantería Torra, que es un pesado lastre, el separatismo no tiene hoy forma fácil de deshacerse.

Hay quien lo tacha de racista, acusación que le hizo, por ejemplo, Pedro Sánchez, cuando no preveía que iba a necesitar su apoyo para residir en la Moncloa. Quien por obligación -por gusto es inconcebible hacerlo- haya dedicado algún rato a leer textos de Torra sabrá que no es estricta y propiamente racista, aunque se acerca mucho. El racista de pro cree que su raza, y no cualquier otra, es superior a las demás: en prestancia, valor, inteligencia, laboriosidad y otras cualidades morales. Eso exige la creencia de que existen ‘razas’ humanas y que unas están determinadas a ser superiores por razones biogenéticas. Hay tradiciones muy racistas entre los chinos, los japoneses, los árabes y otras sociedades, empezando por las que han creído, y creen, en la existencia de una ‘raza’ aria, caucásica o blanca. Entre las raíces de los separatismos españoles está el racismo: atroz y desaforado en Sabino Arana, el hombre que más calles y estatuas tiene hoy en el País Vasco. Y también hubo -y acaso haya aún- catalanismos racistas, como el que encontró fundamentos científicos en la anatomía para definir el ‘cráneo catalán’. Uno de los grupos fundadores de Esquerra Republicana vivía tan ensimismado en su diferencia supremacista que se llamaba ‘Nosaltres sols!’. nombre con mucha miga. Es lo que viene a proclamar el excéntrico, extravagante o estrafalario líder Torra.

Quién hay tras quién

Nadie se equivoque: del mismo modo que tras los desplantes y bilbainadas de Aitor Esteban hay que oír las voces de Orduzar y Egibar, bajo la ensortijada cabellera de Joan Tardà, que llama fascista a Albert Rivera, y tras la altanería faltona de Gabriel Rufián, está la voz del ‘suave’ Junqueras, de quien ambos son los portavoces parlamentarios oficiales. La realidad no se desmiente a sí misma, al revés de lo que hace el presidente catalán cuando fabrica sus verdades eslovenas: súmese a Tardà (un profesor de instituto que viene del PSUC) con Rufián (que necesita irritar al prójimo para que se repare en él), obténgase la media aritmética y el curioso resultado es una especie de asíntota de Torra, que no coincide del todo, pero se le acerca muchísimo: porque Esquerra Republicana no está tan lejos como aparenta de los sucesores del pujolismo, cuya voz más audible es ahora el educado Carles Campuzano, este, sí, altavoz directo de Torra, con el que no comparte modales, pero sí intenciones.

Los devaneos del presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, con los secesionistas catalanes y vascos que lo llevaron a la Moncloa tienen dividido al socialismo español, en cuyas filas, como en las del PP y Ciudadanos, también hay no pocos vascos y catalanes, que, sin embargo, parecen no existir en tanto que representantes políticos de igual procedencia regional que los separatistas, a los cuales se permite ejercer como monopolio representativo de las comunidades autónomas catalana y vasca.

Mientras el proteico Miquel Iceta y la pancatalanista Francina Armengol no están preocupados sino por la eventual ruptura con Sant Jaume y el valenciano Puig navega entre tres o más aguas, Lambán, García Page y Fernández Vara ya no se contienen para descalificar a los aliados ocasionales de Sánchez, modo apenas velado de acusar a este.

Dicen que el Gobierno va a hacerse acompañar de cuatrocientos policías nacionales para celebrar su consejo de ministros en Barcelona. Será un grave error acudir a la Lonja como a tierra enemiga: la responsabilidad de su seguridad corresponde a Torra y a Buch, su leal consejero policial, con mando sobre diecisiete mil agentes armados, que se dice pronto. Son ellos quienes responden ante todos los ciudadanos de que no ocurra la más mínima. Y Sánchez ha de ser capaz de arrostrar el caso como es debido.