¿De quién es la patria?

¿Debemos amar a nuestro país?, ¿debemos llamarlo patria? El patriotismo no debe cederse ni a la extrema derecha ni a los nacionalistas. Hay que reivindicar un patriotismo constitucional que garantice una nación de ciudadanos libres e iguales.

"Hay que reivindicar el patriotismo civil"
"Hay que reivindicar el patriotismo civil"
F. P.

Los populismos están resurgiendo en el siglo XXI como respuesta a un cosmopolitismo que subraya los beneficios de un mundo globalizado. Según ellos, el mensaje es bipolar y excluyente: si estás en el lado afortunado, podrás participar en proyectos interesantes en cualquier lugar del Planeta, conocer otras culturas y desarrollarte humana y profesionalmente en los contextos más propicios. Por el contrario, si has caído en el lado malo, como le ocurre a la mayor parte de la gente, sobrevivirás anclado a tu lugar de origen, tendrás trabajos monótonos con retribuciones a la baja y tu nivel de vida irá a menos. Alimentan así una brecha entre un cosmopolitismo de las élites y un nacionalismo de los pueblos.

En este contexto, los nuevos populistas (Trump, Le Pen, Orban, Bolsonaro, Farage y Maduro) izan la bandera de la patria como símbolo de resistencia a la globalización. Y han podido hacerlo porque las clases medias y bajas han sido abandonadas por unos políticos progresistas que las contemplan desde el desprecio por no haber sido capaces de adaptarse a los nuevos tiempos (Thomas Frank).

En los llamamientos que están surgiendo para hacer frente al auge del autoritarismo, algunos liberales plantean recuperar el concepto de patria. Se trataría de un patriotismo constitucional, según la denominación que popularizó Jürgen Habermas. Esta tesis establece que el concepto de ciudadanía descansa en los valores compartidos más que en una historia u origen étnico común. Y forma parte del núcleo de las teorías del post-nacionalismo, que tanto han influido en el desarrollo de la UE. El propio presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, lo convirtió en septiembre en el eje de su último discurso del Estado de la Unión: «Hay que decir ‘no’ al nacionalismo malsano y ‘sí’ al patriotismo ilustrado».

No son pocos los intelectuales (Vargas Llosa, Savater, Habermas…) que apelan a no dejar el orgullo nacional en manos de la extrema derecha y a reivindicar el patriotismo civil, el que defiende la cohesión por los valores cívicos. La alemana Thea Dorn propone ahora desarrollar ese patriotismo en la era de la globalización y el cosmopolitismo sin refugiarse en él, sin replegarse en el nacionalismo.

¿Y es posible en España un patriotismo constitucional despojado de las negras sombras del pasado? Es factible como lo explica Vargas Llosa: «No hay daño en que la gente quiera a su pueblo, y esto no hace que sea incompatible con la apertura al mundo. El nacionalismo, en cambio, es el miedo a salir de la tribu». La clave es asumir que España es el nombre de lo que respalda nuestra ciudadanía, nuestros derechos y obligaciones, nuestras libertades, incluso la de perfilar la identidad que queramos.

Es evidente, no obstante, que existen numerosos problemas para implantar esta visión. El primero, que se mantiene la falsedad de que en España hemos tenido dos nacionalismos: el bueno, el de las nacionalidades periféricas, y el malo, el español, que sería rancio y retrógrado. El segundo problema es táctico: quien decide apoyar al nacionalismo catalán y al vasco gana adhesiones en esos territorios, pero las pierde en el resto de España y al revés. El tercero es cultural: la izquierda no ha sido partidaria de utilizar términos como patriotismo. Ya en la Transición cayó en la trampa de identificar descentralización con progresismo mientras que los nacionalistas periféricos hacían de España una noción arcaica. Y aún es un tabú que debe romper.

‘Patria’ resuena como una palabra pomposa y artificiosa. Sobre todo en una sociedad debilitada por el relativismo moral. No obstante, los partidos liberales, de izquierda y de derecha, tienen hoy la oportunidad de apostar por un patriotismo que sea capaz de unir a los españoles con el pegamento de los valores cívicos.