El cuarto poder

La regeneración democrática requiere el fortalecimiento del 'cuarto poder'.

La ciudadanía tiene que escuchar diariamente peroratas absurdas,
La ciudadanía tiene que escuchar diariamente peroratas absurdas,

No hay acuerdo sobre quién acuñó el hoy usual concepto de ‘cuarto poder’. Algunos se lo adscriben a Edmund Burke, el vigía crítico de la revolución, quien situó en lugar preferente a los periodistas -más exigentes, según su criterio, que los eclesiásticos, los nobles o los políticos-; otros prefieren apuntar a Macaulay, el abolicionista inglés y valiente defensor de los derechos de los judíos, que libró batallas inolvidables a lo largo del siglo XIX. Sea como fuere, el vigor del cuarto poder se asentaba en el tratamiento minucioso de temas públicos, en la elección de gentes que estaban en condiciones de opinar con sensatez y en los procesos argumentativos que avalaban una opinión. Apuntado esto, no resultará extraño el descrédito, cuando no el escándalo, que provoca el seguimiento de los laberintos del cuarto poder. Salvadas honrosas excepciones, la ciudadanía tiene que escuchar diariamente peroratas absurdas o referidas, pongamos por caso, al pollo con cuatro patas nacido en Abundio, expuestas por convocados que pueden hablar del dragón de Komodo o de la ropa interior de Carlomagno, todo ello bien inflamado por el griterío y la falta de respeto. Así que lo mejor es hacer un crucigrama deseando el fortalecimiento del cuarto poder hundido por los inútiles porque se trata de una operación de higiene mental imprescindible para la regeneración democrática, por todos deseada, antes de escuchar a un tipo que jura y perjura haber cenado con Judas Iscariote.

J. L. Rodríguez García es catedrático de Filosofía de la Universidad de Zaragoza