La conmemoración
El viernes, en Barcelona, en la conmemoración de los atentados yihadistas de 2017, se optó por centrar los actos casi en exclusiva en la solidaridad con las víctimas. Una faceta imprescindible, pero no suficiente. Era, tal vez, una manera de intentar suavizar, o al menos esconder, las fricciones entre el Estado y la Generalitat en un momento delicado. El resultado fue emotivo y humano; y eso está bien, aunque por momentos se rozó el infantilismo. Pero se desdibujó totalmente la vertiente política, en el mejor sentido, que debiera tener un acto de repudio al terrorismo. Política, porque nuestra polis, España, nuestra sociedad política democrática, ha sido atacada y era necesario que las fuerzas políticas y los ciudadanos expresasen, más allá del dolor, su voluntad de resistir frente al fanatismo y de defender unidos los principios y las instituciones que nos permiten vivir en libertad. Poco o nada en ese sentido pudo verse u oírse el viernes en Barcelona. Pero el hueco dejado por la política grande, la del coraje cívico, se aprestaron a llenarlo los independentistas con su política mezquina y sectaria, que consiguió una vez más desnaturalizar lo que debió haber sido un acto de unidad.