De ETA a las FARC: dos protagonistas frente a un terrorismo derrotado

El exdirigente socialista y el político colombiano, gobernador del departamento de Nariño, participaron en Zaragoza en un debate con la paz como actor central.

Camilo Romero y Eduardo Madina, charlando el pasado martes en el Paraninfo de Zaragoza.
Camilo Romero y Eduardo Madina, charlando el pasado martes en el Paraninfo de Zaragoza.
Oliver Duch

Ambos nacieron en 1976 y los dos comenzaron en política a una temprana edad. Tienen otro aspecto en común: su carrera se ha visto fuertemente condicionada por la actividad de unas organizaciones terroristas –ETA y las FARC– que tras medio siglo de vida han anunciado su disolución. Eduardo Madina y Carmelo Romero participaron el martes en un debate bajo el título de ‘Diálogos por la paz’, organizado por el Gobierno de Aragón.

Tanto en el caso de las FARC como en el de ETA, la derrota de ambas organizaciones lleva por fin a debatir únicamente de paz.

CAMILO ROMERO. En el caso de Colombia habría que aportar un mínimo contexto. Hoy, en Colombia, tenemos a un Nobel de la Paz como presidente que recorre el mundo haciendo lo que le corresponde, que es decir que se ha acabado la guerrilla más antigua de América Latina. Pero yo también tengo que hacer mi papel, y es señalar que, si bien es cierto que se acaba con las FARC, no se termina con el conflicto y la guerra, y menos en el territorio de donde vengo, Nariño. Y es ahí donde vamos a poner el énfasis. En Nariño, disidencias y nuevos grupos siguen actuando y han convertido la frontera con Ecuador y la costa Pacífica en un escenario de guerra. Pero mi mensaje final tiene que ser de optimismo y de la necesidad de persistir en la paz. Las FARC pierden no la guerra, sino algo peor: la política. En Colombia había un fantasma: que las FARC iban a tomar el poder. Sin embargo, apenas han logrado algo más de 50.000 votos en todo el país.

En el País Vasco, las formaciones abertzales tienen un respaldo bastante superior.

EDUARDO MADINA. Yo creo que son dos realidades dispares, aun con enormes conexiones a lo largo de su historia. La clave de que ETA haya aguantado 52 años viva ha sido que tuvo apoyo social: que hubo un sector de la sociedad vasca, en el entorno de 150.000 o 200.000 personas, que compartían la orientación ideológica de ETA y apoyaban el terrorismo, que ellos denominaban ‘lucha armada’. A partir de ahí, prefiero 200.000 votos para Bildu que 80 muertos al año.

¿Es el fin del terrorismo como lo conocíamos en el siglo XX?

EM. Todos somos hijos de una época. Los nacionalismos tienden tendencia a andar buscando patrias en el factor espacio, cuando probablemente la patria esté más bien en nuestro tiempo: yo tengo muchos más rasgos comunes con Camilo que con un vasco del siglo XII. Los terrorismos, al menos en Europa, donde nacen en los sesenta, son hijos de una época. Lo que vamos a ver a partir de ahora pertenece a un tiempo diferente.

CR. En Colombia es sin duda histórico y trascendente, y ese valor hay que reconocérselo al presidente Santos. Un valor que le cuesta toda su popularidad, que se juega por la paz. Pero me parece clave también subrayar que las FARC han tenido un tejido social importante, como ha sucedido aquí con ETA. Se trata de territorios absolutamente abandonados –aun hoy lo están– del Estado colombiano. Una de nuestras reivindicaciones es esa: que no ha habido una presencia integral del Estado en el territorio. Tal vez las primeras presencias que encontramos es la de la fuerza pública erradicando unos cultivos que para la ciudadanía ha sido su manera de subsistir durante décadas. Tenemos que llegar al punto clave: la lucha antidroga en el mundo ha fracasado. Y nosotros nos llevamos la peor parte, porque son nuestros campesinos los que sobreviven de sembrar la coca; son la primera escala de los grandes narcos.

El narcotráfico está muy ligado al fenómeno de las FARC.

CR. Ellos lo niegan pero hay una realidad fáctica, sí.

"Fueron ellos, los aislados, los amenazados, los que mantuvieron la dignidad civil. No quiero que se me olvide nunca", escribía el otro día Muñoz Molina.

EM. El nuestro es un país con una relación un poco tensa con su historia, y que acumula los desajustes que producen zonas enormes de amnesia. Es la sensación de que esta es una sociedad que no conoce a fondo, o no de forma generalizada, las causas y las consecuencias de la Guerra Civil. Uno de los últimos datos de los estudios sociológicos en Euskadi es muy preocupante: de la población vasca menor de 25 años, cerca del 60% no conoce quién fue Miguel Ángel Blanco. Creo que instituciones, partidos políticos y movimientos sociales tienen ahí mucho que hacer. Es verdad que sin el coraje cívico de muchos ciudadanos, sin los movimientos sociales pacifistas, los tiempos en el final del terrorismo no hubieran sido iguales. Rendirles tributo es recordar lo que hicieron.

CR. En Colombia hay algo curioso y fuerte, y es que la paz como anhelo histórico tenía que estar en la agenda, pero esta paz con las FARC fue de espaldas al sentimiento ciudadano: fue una paz fría, sin la vitalidad de la ciudadanía, pese a los 50 años de horror.

Eso se reflejó en el referéndum perdido por el Gobierno.

CR. Totalmente. ¿Cómo nos puede entender el mundo a un país en el que un poco más del 50% vota ‘no’ a la paz? Aunque, ojo, no a la paz, sino a esa paz con las FARC. Y esto nos lleva a un hecho: la paz no fue jamás una de las cuatro principales prioridades para los colombianos.

EM. Es duro.

Y ¿por qué sucede eso?

CR. Estamos ante una reacción de la ciudadanía, que también quiere vivir más del futuro que del pasado. Eso es fuerte de reconocer, pero tendremos que hacer un esfuerzo entre todos.

En Colombia la amnistía es parte del acuerdo, pero la situación en España es distinta.

EM. Cada proceso de paz tiene sus connotaciones. En España, y en contra del criterio de algunos sectores de la derecha, que pensaban que Zapatero iba a traicionarlo todo con el fin de lograr la desaparición de ETA, nada de eso ha estado sobre la mesa; van a cumplir sus condenas dentro del marco del régimen penitenciario normal. Es probable que el Gobierno tenga sobre la mesa el debate sobre si hay que cumplir el régimen penitenciario –que cada preso cumpla su condena lo más cerca posible de su hogar– o si va a continuar con la dispersión, que forma parte de una política antiterrorista para un terrorismo que ya no existe.

¿Cuál es su punto de vista?

EM. Yo llevo toda mi vida defendiendo que los presos tienen derecho a cumplir su condena lo más cerca posible de su domicilio habitual. Pero esta es una decisión que le corresponde tomar al Gobierno, con arreglo a sus criterios.

Ambos fueron políticos muy precoces, pero su situación actual es distinta. ¿Aconsejaría Madina a Romero mantenerse en política?

EM. Yo me fui porque consideré que había llegado un punto de mi vida en que tenía que hacerlo y ahora estoy feliz dando clase en la universidad. Más que un consejo, le diría que creo que Colombia necesita políticos de esta calidad, así que le recomendaría que no haga lo que yo y que siga durante muchos años.

CR. Uno no sabe si el consejo es de un amigo o de alguien que le quiere poco (se ríen). Yo no me atrevería a dar un consejo, aunque sí una simple sugerencia: que la política española estará esperando a que Eduardo retorne.

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