Tres jueces

No es fácil el trabajo de los jueces. Volverse airados en su contra cuando la sentencia que dictan no coincide con nuestro juicio previo supone atacar uno de los pilares de nuestra convivencia. La justicia no debe mezclarse con la pasión de la venganza.

"La palabra de una persona, independientemente de su sexo y sexualidad, tendrá que ser contrastada, sometida a escrutinio, en un proceso imparcial"
"La palabra de una persona, independientemente de su sexo y sexualidad, tendrá que ser contrastada, sometida a escrutinio, en un proceso imparcial"
Heraldo

No quisiera estar en la piel de ninguna de las tres personas que forman parte de la sección segunda de la Audiencia Provincial de Navarra. Ni antes ni durante ni después del juicio a la Manada. No solo porque se hayan convertido en noticia, concitando con su sentencia la ira e indignación social, sino por el trabajo que les toca realizar. Hay que valer, saber y tener vocación para dedicarse a impartir justicia. Admiro a más de una y de uno que se dedica a esa complicada tarea de aplicar las leyes que el poder legislativo ha inventado. Son personas que tienen en sus manos la tremenda responsabilidad de interpretar las normas y consolidar nuestro Estado social y democrático de derecho. Si no trabajan en esa dirección no sirven ni merecen llevar la toga.

Cuando están comprometidas seriamente con su profesión transmiten algo difícil de explicar. Es posible que sea fortaleza interior, pues huyen de la fama, no buscan destacar, prefieren guardar silencio, no ansían honores ni gloria. Pero no siempre es así. Hay más de tres que hicieron y hacen todo lo contrario. De hecho, también conozco casos vergonzantes y execrables. Incluso sufridos de forma directa, donde por su pereza, falta de dedicación y compromiso socavan los pilares del poder judicial. Algunos que tendrían que pasar por examen psiquiátrico y moral, antes de continuar en su puesto. Y otros a quienes tendríamos que impedirles presentarse a las oposiciones.

En el caso de Pamplona, pese a las reacciones populistas que reclaman su inhabilitación, tengo la impresión de que se han tomado muy en serio su trabajo. Basta una constatación. Es más fácil sumarse a la petición de la fiscalía y de las acusaciones particulares que lo contrario. Cuesta menos dejarse llevar por la pulsión mayoritaria que ir más allá. Salvando las distancias, equivale al hecho de calificar a un estudiante a final del curso. Es más sencillo, da menos problemas y es más cómodo aprobar que suspender. Aquí es más rápido saltarse la presunción de inocencia, cuando la opinión publicada ha juzgado, las redes sociales han dictado sentencia y los grupos de presión tienen una posición definida, que cualquier intento de hacer justicia. Cuesta más esfuerzo preguntar: ¿tenemos la absoluta certeza de lo que sucedió? En este caso, la respuesta socialmente construida es un rotundo sí. Una joven ha denunciado a cinco veinteañeros. Una mujer a una ‘manada’ de morlacos. No hace falta nada más. Pero, ¿son las pruebas tan evidentes? ¿La primera impresión es suficiente? ¿Basta con el consenso social para ajusticiar a un reo?

Si así fuera, estos cinco mostrencos tendrían que pudrirse en la cárcel. Algunas querrían cortarlos en lonchas y reducirlos a cenizas. Lo mismo que parecen desear las gentes más exaltadas respecto del magistrado discrepante. Incluido el ‘ínclito’ ministro del ramo. Los medios de comunicación han divulgado su fotografía, su situación familiar, sus destinos en la judicatura; en algunos casos, no solo para informar. Hoy es la diana de la ira social y el chivo expiatorio al que apuntar. Esto, bien alimentado por algunos medios que incrementan su cuenta de resultados jugando con fuego. Como quienes se empeñan en decir que en esta España nuestra dominan la violencia machista y las estructuras patriarcales impregnan el conjunto de la sociedad. Desgraciadamente, quedan rescoldos, pero no es así. Posiblemente estamos viviendo en el país que ha experimentado la mayor transformación en este campo. Estamos muy lejos de lo que fuimos. Queda mucho por construir para hacer una sociedad justa, mejor, más igualitaria y solidaria. Pero esto no se puede hacer a costa de imponer la llamada perspectiva de género como ‘la perspectiva’; ni siquiera es intelectualmente sostenible erradicar la presunción de inocencia del lado de los varones. La palabra de una persona, independientemente de su sexo y sexualidad, tendrá que ser contrastada, sometida a escrutinio, en un proceso imparcial, limpio y transparente ante un tribunal que se desprenda de pasiones y prejuicios. En nuestro sistema social, hacer justicia no es vengar. Es algo más. Admirables, bienaventurados y valientes las y los jueces que con su compromiso, discreción y rigor asumen el reto de aplicar bien las normas que nos hemos dado.

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