Por
  • Ángel Cristóbal Montes

Una anomalía española

El presidente Mariano Rajoy.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Afp

En las democracias presidencialistas, por ejemplo le estadounidense, el presidente ni siquiera es parlamentario, y, en consecuencia, tiene poca o ninguna importancia que el jefe de la oposición sea o no diputado o senador, porque el juego político entre uno y otro tiene lugar a través de vías y actuaciones distintas de las estrictamente parlamentarias. Presidente y Congreso son los dos polos ejecutivo y legislativo, con cometidos nítidamente establecidos, separados en actuación política diaria y sin control inmediato, directo y constante del primero por el segundo. Se de la circunstancia, incluso, de que, ‘de iure’, el vicepresidente del ejecutivo es automáticamente presidente del Senado.

En las democracias parlamentarias, siguiendo el modelo británico, la situación es por completo diferente. El debate político esencial tiene lugar en el seno del Parlamento, en el que se produce el seguimiento diario de le acción del Ejecutivo. El jefe de Gobierno es por ley o por uso un diputado y el jefe de la oposición es también diputado, trabándose en sede parlamentaria entre uno y otro el tira y afloja dialéctico tan típico del parlamentarismo tradicional.

España es constitucionalmente una democracia parlamentaria a todos los efectos. Aunque en teoría el presidente del Gobierno puede no ser diputado, de hecho es una hipótesis por competo insólita, y en nuestros cuarenta, años de vida política democrática recuperada no ha tenido lugar en momento alguno: Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Rodríguez Zapatero y Rajoy, todos han sido miembros del Congreso de los Diputados. Y otro tanto ha ocurrido con le jefatura de le oposición: todos y cada uno de los sucesivos jefes opositores han ostentado la condición de diputados; y ese lazo dialéctico y ese juego político entre presidente gubernamental y jefe opositor se han producido en el frente a frente parlamentario.

De repente, semejante estatus político, que se corresponde naturalmente con la sustancia misma de lo forma democrática parlamentaria, se ha roto entre nosotros, produciéndose un fenómeno de desnaturalización política manifiesta. El diputado socialista Pedro Sánchez, que había competido con el diputado popular Mariano Rajoy por la presidencia del Gobierno en las elecciones generales de diciembre de 2015, e, incluso, había sido candidato derrotado a la investidura presidencial, ante 1a negativa a serlo por parte del presidente del Partido Popular, tras las nuevas elecciones generales de junio de 2016 intenta a la desesperada un heterodoxo y peligroso movimiento de cara a obtener la investidura presidencial mediante el ‘todos contra Rajoy’, incluidos los partidos territoriales nacionalistas. El PSOE se resiste a semejante estrategia suicida y le fuerza a dimitir, a lo que Sánchez responde renunciando a su acta de diputado.

Mariano Rajoy es investido presidente ayudado por la abstención socialista. Pedro Sánchez recupera posteriormente, vía primarias y congreso partidista, la secretaría general del PSOE y pasa a ser de nuevo jefe de la oposición, pero ahora sin acta parlamentaria. Se produce, en consecuencia, una extraña anomalía, pues el típico y normal choque dialéctico entre el jefe del Gobierno y el jefe de la oposición ya no puede tener lugar en el Parlamento, porque el segundo no pertenece al mismo. Extraño y singular espectáculo político, que se desenvuelve por vías esotéricas y que un político inglés no llegaría a entender nunca.