Cataluña capital...

Carles Puigdemont.
Carles Puigdemont.

No se vislumbra aún el final del culebrón de la investidura catalana, pero los guionistas no dejan de retorcer la trama, de manera que cuando ya parece que se adivina el desenlace una nueva vuelta de tuerca lo cambia todo y dirige la historia en otra dirección. Bien puede ocurrir –ya está sucediendo– que llegue un momento en el que los espectadores, aborrecidos, cambien de canal. Puigdemont renuncia a ser investido telemáticamente, pero no a dirigir a distancia la segunda temporada del ‘procés’. Sea quien sea finalmente el presidente de la Generalitat, el palacio de Sant Jaume estará controlado desde Waterloo por una estructura paralela –e ilegal y antidemocrática– de poder. Los independentistas planean crear un remedo de parlamento y una pantomina de gobierno en Bruselas, ciudad a la que convertirían así en espuria capital de la república catalana, con Puigdemont presidiendo los tejemanejes desde su villa de las afueras. Los gastos y los fastos de semejante despropósito no saldrán baratos; y, no se olvide, desviar allí un solo euro de dinero público será delito. Alguien debería recordarle al Bonaparte catalán que después de Waterloo viene Santa Elena.