RUSIA

Relevo en el Kremlin

Medvédev sustituye a Putin al frente de Rusia y éste se convertirá el jueves en primer ministro.

El país más grande de la Tierra, el más rico en materias primas, principal exportador mundial de gas y petróleo y segunda potencia nuclear del planeta cambia de presidente. Dmitri Medvédev, de 42 años de edad, toma este miércoles posesión del cargo de jefe del Estado ruso en una pomposa ceremonia que tendrá lugar en el Kremlin, en la suntuosa sala de San Andrés. Venció en las presidenciales del 2 de marzo con más del 70 por ciento de los votos.


Vladímir Putin, su mentor, le entregará el cetro, pero continuará ejerciendo influencia. Según el guión establecido, el nuevo presidente propondrá este miércoles mismo a Putin como primer ministro y el Parlamento lo ratificará el jueves.


Medvédev, un tecnócrata leal a Putin, abogado de profesión y nacido en San Petersburgo, viene del Gobierno, de la Administración del Kremlin y de Gazprom. Putin, oriundo también de la antigua capital imperial, se lo trajo a Moscú en 1999, cuando Borís Yeltsin le puso al frente del Ejecutivo. Ambos habían coincidido antes en la alcaldía de San Petersburgo.


Por tanto, el nuevo mandatario ruso conoce de cerca los vericuetos del poder y el trabajo de la Administración. Desde noviembre de 2005, ha venido ocupando el puesto de viceprimer ministro responsable de los llamados "proyectos nacionales", con los que se perseguía lograr una mejora de la educación, la sanidad, promover la agricultura y hacer más accesible la vivienda a los menos pudientes. El éxito obtenido, sin embargo, no puede decirse que haya sido arrollador.

Experiencia de mando


En cualquier caso, no se puede decir que Medvédev tenga una gran experiencia de mando. A diferencia de su predecesor, no ha pasado por la jefatura del Gobierno. El nuevo inquilino del Kremlin tampoco tiene detrás a los servicios secretos ni a Gazprom, pese a haber dirigido su junta de accionistas. El que verdaderamente mueve los hilos del gigante energético es Putin.


Así que el bagaje que acumula Medvédev, el líder ruso más joven después de Alexánder Kérenski, jefe del Gobierno provisional en 1917, no parece suficiente para la ingente tarea que le aguarda. Es verdad que hereda un país que lleva años creciendo a una media anual del 7 por ciento, con las arcas repletas a rebosar y con la perspectiva de que los precios de la energía que Rusia vende en el mercado internacional continúen por las nubes.


Pero, al mismo tiempo, la inflación se ha desatado y amenaza con seguir empobreciendo a los más desfavorecidos, que constituyen, más o menos, un tercio de los 142 millones de habitantes que tiene el país. El problema más peliagudo, no obstante, sigue siendo la corrupción. El propio Medvédev admitía hace poco que los sobornos que se pagan a algunos funcionarios "adquieren proporciones astronómicas".


La corrupción, la acción de los monopolios próximos al Kremlin y las enormes cadenas de "intermediarios" son precisamente la causa de que los precios de los productos básicos suban como la espuma. El hecho de que dentro del propio Estado todo se pueda comprar y vender facilita la labor de estirar y retorcer las leyes a gusto de la corporación más pujante en cada momento.


Paradójicamente, Putin, bajo cuyo mandato se han alcanzado los actuales niveles de corrupción, sigue gozando de una popularidad enorme. Las encuestas señalan que su aceptación oscila entre el 60 y el 70 por ciento. El pasado 15 de abril, el presidente saliente fue proclamado líder de Rusia Unida, partido que detenta 315 de los 450 escaños que tiene la Duma (Cámara Baja del Parlamento ruso). Tal mayoría permitiría modificar la Constitución con el objetivo de recortar los poderes de Medvédev e incluso iniciar el proceso para su destitución.

Contrapeso


Medvédev tendrá así un contrapeso que no tuvo Putin, pero está aún por ver si se dejará o no manejar como una marioneta. No hay que olvidar que, según la Carta Magna rusa, el que manda es el presidente. Lo que preocupa dentro y fuera de Rusia es que una situación de bicefalia acabe a tiros, como ya sucedió en octubre de 1993 entre Borís Yeltsin y el Sóviet Supremo. También Yeltsin y Ruslán Jasbulátov, el presidente de aquella asamblea legislativa, eran, al principio, personas muy próximas.


Medvédev hereda también una situación de empeoramiento en Chechenia y una política exterior complicada. Las relaciones de Moscú con la UE no acaban de normalizarse y con Georgia se encuentran al borde de la ruptura a cuenta de los enclaves separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, con amenazas incluso de emplear la fuerza. Por ahora, es una incógnita el supuesto talante liberal y democrático de Medvédev.