Jordania, un país entre cuatro fuegos

Lindando por tierra con Israel, Siria, Irak y Arabia Saudí, un viaje por sus fronteras resume la complicada historia reciente de Oriente Medio.

Imagen de recurso de Ammán, capital de Jordania
Imagen de recurso de Ammán, capital de Jordania
Pixabay

El entorno, a veces, es más fuerte que la voluntad. Así le ocurre a Jordania, un país árabe y musulmán que, a pesar de su moderación y cierto aperturismo, se halla en alerta permanente por situarse justo en medio del conflicto con Israel. Literalmente, ya que el reino hachemita, que libró dos guerras contra el Estado judío hasta que firmaron un tratado de paz en 1994, tiene fronteras con los hebreos y dos de sus acérrimos enemigos en la región, Siria e Irak. Y, cuando la tensión no viene de alguno de ellos, su espacio aéreo puede ser atravesado por cientos de misiles como los que Irán lanzó en abril, algunos de los cuales fueron derribados y cayeron en su capital, Amán.

Un recorrido por los límites de Jordania revela las heridas que siguen abiertas en Oriente Próximo. A solo ochenta kilómetros de Amán se levanta en plena frontera el mayor campo de refugiados sirios: Zaatari. En funcionamiento desde julio de 2012, cuando empezaron a asentarse los primeros exiliados que huían de la guerra civil, llegó a albergar a 120.000 personas un año después y hoy acoge en sus cinco kilómetros cuadrados a 80.000. Con el tiempo, este asentamiento de tiendas de campaña en medio del desierto ha crecido hasta convertirse en una auténtica ciudad, una de las más pobladas del país.

Cerca de su puerta principal, vigilada por una tanqueta blindada del Ejército jordano, nos topamos con Hassan, que sale junto a otros compañeros para trabajar en los pueblos de alrededor. De 34 años, huyó en 2013 de los bombardeos del régimen sirio en la ciudad de Daraa. "Mi padre y mi hermana siguen allí, pero yo no volveré porque tengo el estatus de refugiado y puedo ser detenido si regreso", nos cuenta, cargando una escalera en su bicicleta, en cuya cesta lleva un botijo para refrescarse.

Mientras hablamos con él, por el cielo pasan los cazas de la cercana base militar Rey Husein, donde hay acantonadas tropas de Estados Unidos, Alemania y Francia para tener a tiro las fronteras de Siria e Irak e interceptar posibles ataques como el último de Irán. Por la salvajada de la guerra siria y el éxodo de refugiados que trajo a Jordania, los recelos hacia los ayatolás en esta zona van más allá de la división religiosa entre suníes y chiíes. Incluso después de aquel conflicto, la tensión en la frontera se aprecia en las garitas del Ejército jordano que vigilan la valla con ese país. Ante ese punto, custodiado por militares y protegido con bloques de hormigón, hacemos una parada en un puesto de té.

El recuerdo de Sadam Husein

Entre los pocos que van a cruzar hoy está Husein. De padres sirios, nació hace 50 años en Kuwait y tuvo que exiliarse en su país de origen familiar por la invasión iraquí de 1990, que provocó la Primera Guerra del Golfo. Luego recorrió el camino inverso cuando estalló la guerra civil en Siria. "Lo dejamos todo atrás, coches y casas, por la ocupación de Sadam Husein. Mi vida nunca volverá a ser normal", se lamenta mientras las moscas revolotean alrededor. "La guerra ha terminado, pero la violencia sigue por las mafias", se queja.

- ¿Y la Policía?

- Esa es la peor mafia. Después de las tres de la tarde, ya no salgo de casa por seguridad.

Tras despedirnos de él y desearle suerte, nos encaminamos a la cercana ciudad de Ramtha, que tiene otro puesto fronterizo con Siria pero ahora está cerrado. Igual de fuerte que el recelo con sirios e iraníes es el cariño que, en cambio, se aprecia por Sadam Husein, cuyo retrato decora tiendas junto al de los reyes Husein y Abdalá II. En pegatinas que lucen coches y móviles, su huraño rostro barbudo se ve por doquier. A pesar de las barbaridades cometidas por el difunto dictador iraquí, los jordanos todavía recuerdan que les vendía petróleo más barato que el precio del mercado, lo que impulsó la economía de esta zona.

Con la vigilancia reforzada desde la guerra en Gaza, hay controles del Ejército cada cien metros en la carretera que discurre junto a la frontera en el pueblo de Shune Norte. Fusil en ristre, los soldados inspeccionan los documentos de los viajeros y, antes de que anochezca, apremian a los pastores que ordeñan sus ovejas frente a los Altos del Golán. A cambio de la paz, el Estado hebreo ha canalizado el río Jordán para regar las huertas de esta parte del reino hachemita, una de las más verdes y fértiles de este árido país tan necesitado de agua. Solo unos pocos metros, que además se pueden cruzar a pie porque el agua apenas llega a la cintura, separan a estos dos países. Israel y Jordania, tan cerca y tan lejos.

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