Las lentejas del Doctor

Ilustración
Esaú es un irresponsable: promete lo que no puede, incumple lo que dice y obliga a los demás a conductas indecorosas para cobrar lo que les debe
Lola García

Los judíos detestaban a los edomitas, también llamados idumeos, sus vecinos al sur del mar Muerto. El quejoso profeta Jeremías los tenía por impíos. Herodes, a quien el cristianismo atribuye la matanza de los Inocentes, rey de los judíos, era detestado por ser nacido de idumeo y nabatea; esto es, de una árabe. Pero ¿qué tenían de malo los idumeos, tan parecidos a los israelitas que su lengua es considerada por muchos sabios como una mera variante del hebreo? Lo malo de los idumeos es que descendían de Esaú, primogénito de Isaac, es decir, nieto del mismísimo Abraham, primero y principal de los patriarcas de Israel después de Noé. Hasta el punto de que Yahvé es ‘el dios de Abraham’, el abuelo de Esaú, su nieto mayor.

Es muy alto el riesgo que hacen correr al sistema político español las reiteradas apuestas de Pedro Sánchez para lograr su continuidad en la Moncloa

Tras el Diluvio inclemente, los descendientes de los tres hijos de Noé poblaron el mundo. Los del mayor, Sem, fueron la estirpe principal y son los ‘semitas’, ellos y sus lenguas, leyes, creencias y usos. Tan semitas son los hebreos o israelitas como los idumeos o edomitas y, por descontado, los árabes de toda clase. Según sus leyendas, todos vienen de Abraham. Los árabes proceden de Ismael, hijo de Abraham y Agar, sierva de su esposa Sara, que dio su venia al marido, pues el vientre de Agar era de su ama. Hebreos e idumeos, en cambio, son prole de Isaac, hijo de Abraham y Sara que, por obra de Yahvé y en edad avanzada, quedó encinta. El conflicto entre esas dos estirpes es la fuente del odio irremediable (y fraterno) que existe entre las tradiciones de los árabes (el islam venera a Ibrahim e Ismael) y de los judíos (que invocan a Abraham e Isaac). De ahí que sea un error tan grosero llamar ‘antisemitismo’ sólo a la aversión por los judíos. Como si los árabes no fueran semitas.

Del linaje de Isaac -cuyo padre casi lo mata por orden del exigente Yahvé- son dos hijos gemelos que tuvo de Rebeca. Esaú, el mayor (porque salió antes en el parto), es el ancestro de los edomitas; y Jacob, el segundo, a quien un día Yahvé le cambió el nombre por Israel, es el de los judíos. La herencia de Isaac correspondía a Esaú, amado de su padre porque le traía caza. La madre y Yahvé preferían a Jacob. La fábula (Génesis, 25) dice que Esaú, exhausto tras un día de caza, cedió sus derechos de primogénito, muy grandes en un patriarcado, al sedentario Jacob, a cambio de un poco de pan y un plato de lentejas, legumbre tradicional en la región. Jacob regateó bien con el hambre de su impulsivo hermano. Pero eso hubiera valido de poco sin la bendición del padre que, moribundo y ciego, fue engañado por Rebeca y Jacob, de modo que bendijo al hijo que no quería. La artimaña funcionó legalmente y Jacob se alzó con la jefatura.

Esaú fue malquisto de la tradición judaica por irresponsable: prometió lo que no podía dar, incumplió lo que dijo y obligó a los otros a conductas indecorosas para cobrarse lo que les debía.

El redactor de la fábula envilece a Esaú mediante la desproporción entre los elementos del canje: los bienes y la autoridad a cambio de una vulgar pitanza (ni siquiera era de carne) y deja claras las prisas imperativas de Esaú y la astucia negociadora de Jacob.

Peor que Esaú

En el portal de la Fundación Giménez Abad, Juan Pemán ha comparado agudamente a Esaú con Pedro Sánchez, pues, en los tratos de este con los separatistas "se aprecia un manifiesto desequilibrio entre las concesiones arrancadas por los nacionalistas y la inexistencia de compromisos por parte de estos más allá de su apoyo en una votación concreta dentro de un contexto en el que lo que ambas partes ponen sobre la mesa se sitúa en planos radicalmente distintos: las ventajas que logran los nacionalistas conciernen a aspectos estructurales de nuestro sistema institucional, muchas veces con difícil o imposible retorno". En cambio, ellos dan algo que "puede ser tan efímero como un plato de lentejas". El nacionalismo, hábil en sacar partido de la debilidad ajena, ha aprovechado "las ansias, acaso excesivas", del Doctor "y del ‘séquito’ que lo rodea por alcanzar la Presidencia cueste lo que cueste, sin reparar en gastos".

Sánchez, añade, es peor que Esaú, pues ha negociado "con algo que no era suyo sin tener mandato o apoderamiento alguno para hacerlo", de modo que ha dispuesto de algo "que pertenece a una comunidad formada por muchas personas (...). Sin duda mucho más valioso que la herencia de Esaú", porque es el legado común de los españoles, "que Sánchez se ha sentido con derecho a dilapidar mediante cesiones que implican el vaciamiento progresivo de un Estado con muchos siglos de existencia a sus espaldas y zarpazos de grueso calibre a nuestro sistema constitucional democrático que le abren grietas difícilmente reparables". Pemán detecta en la actitud de Sánchez "un salto cualitativo que deja maltrechos los cimientos del sistema mismo".

Verdaderamente, cuesta mucho verlo de otra manera.

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