La broma les salió redonda
Los británicos Bower y Chorley labraron sus círculos para reírse de quienes creían en los ovnis. Bower murió hace unos días, pero otros hacen hoy arte de su ocurrencia.
Y lo más gracioso es que Doug Bower creía en los platillos volantes... O así lo afirmó al Daily Mail en una entrevista concedida en 1999, a los 74 años, cuando su amigo y compañero de correrías nocturnas Dave Chorley ya había muerto, dos años antes, por un cáncer: "Si me preguntas si creo en los ovnis soltó al periodista, tendría que decir que sí. He visto uno. Estaba en el bosque cuando vi cinco luces estacionarias en el cielo, brillantes como faros de un automóvil. Es obvio que en alguno de todos esos millones de planetas que vemos en el cielo nocturno debe de haber vida". "Es imposible saber si está bromeando", escribía a continuación el entrevistador ante esta revelación. El pasado día 21, Bower se reunía finalmente con su buen amigo Chorley, a los 94 años.
En 1978, los dos colegas se tomaban unas pintas en su pub favorito, el Percy Hobbs, cerca de Southampton (Inglaterra), donde ambos vivían. "¿Te gustaría echarte unas risas?", le preguntó Doug a Dave, cerveza en mano, mirando a los campos sembrados. Años antes había vivido en Australia junto a su mujer y se acordaba del revuelo causado por la aparición de un círculo en un campo que los expertos se apresuraron a explicar poniendo en su origen la intervención de extraterrestres. Ni cortos ni perezosos, cogieron la barra de hierro con la que Doug cerraba la puerta de su comercio de marcos y fotografías y se prepararon para una salida nocturna. Se acercaron hasta uno de los sembrados de trigo de los alrededores y, con la barra, aplastaron el cereal dándole forma de gran círculo. La cosa era hacer que pareciera que allí había aterrizado un platillo volante.
Gorra con alambre
Al principio, la repercusión no fue la esperada y a punto estuvieron de tirar la toalla, hasta que de nuevo Doug pensó que debían hacerlo en un campo que formara parte de las vistas desde algún lugar privilegiado: "Donde los turistas puedan hacer un picnic mientras admiran nuestro trabajo". Dicho y hecho. A las 24 horas, su ocurrencia era noticia internacional. A partir de entonces, y a través de los años, Doug y Dave produjeron más y más círculos, hasta 200 de unos 24 metros de diámetro. Los expertos hablaban de aterrizajes de ovnis, de torbellinos de viento y de rastro del feroz apareamiento de los erizos. Y los propietarios de los sembrados señalados empezaron a cobrar entrada (entre 400 y 600 pesetas de la época) para que los curiosos se tumbaran allí a absorber energías cósmicas.
En los primeros años, ni siquiera las esposas de la creativa pareja sabían de sus andanzas, pero un día de 1991 los dos hombres decidieron destapar la caja de los truenos y contar la verdad. "Se acabó anunció Bower. Todo esto ha despertado el interés de mucha gente y ha hecho ganar a Kodak mucho dinero", dijeron. Y mostraron a la prensa los instrumentos que utilizaban: un tablón de madera, cuerda y una gorra con un alambre colgando de la visera formando un círculo en el extremo para poder mirar a través y ayudarlos a caminar en línea recta.
Muchos no lo creyeron, pero, finalmente, tuvieron que rendirse a la evidencia. A partir de ese momento, los círculos en los cultivos empezaron a reproducirse en campos de todo el mundo. Se hicieron más complejos y mayores en tamaño, algunos llegan a los 250 metros de diámetro. Porque fueron muchos los que decidieron seguir la senda abierta por Doug y Dave.
Poco después de la confesión de los dos hombres, surgió Circlemakers, un colectivo británico que crea agroglifos (de agro, campo, y glifo, signo) que son auténticas piezas de arte.