El barco
Es fácil poner cara e historias a los 629 pasajeros del Aquarius, bautizado de modo demasiado refrescante para una embarcación en la que viajan, deshidratadas, centenares de personas, entre ellas más de cien menores sin acompañante y varias embarazadas. Pero cada año mueren miles de personas en el Mediterráneo, convertido en un cementerio marino sin cruces ni nombres. Y otras tantas se arman de valor para terminar una incierta travesía hasta toparse con las vallas de Ceuta y de Melilla. El Aquarius, como pasó con Aylán, despierta conciencias adormecidas ante una realidad que se mostró en toda su crudeza en la crisis de 2013. En los últimos años, han llegado a Italia quinientos mil inmigrantes. Mientras, la UE ha sido incapaz de acordar un sistema razonable de acogida y la Liga Norte, con su promesa de "echarlos a todos", experimenta un crecimiento imparable. El gesto humanitario del Gobierno español es muy loable, pero, como resaltan también las oenegés, Europa ha de lograr un plan para evitar que se repitan estas situaciones y para corregir, en origen, los factores que llevan a miles de personas a lanzarse al mar a la desesperada.
