Metal barato

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Reuters Vocento

Con su xenofobia y su machismo, sus bravuconadas y sus mentiras, con la ojeriza que les tiene a los intelectuales y a la prensa, hemos catalogado a Trump como exponente de la más temible ultraderecha. Y sin embargo, el presidente puede ser también, a ratos, el mejor paladín del proletariado industrial de toda la vida, al menos del de su país. Son las paradojas de los populismos, que tienen un innegable potencial para la transversalidad y el interclasismo.

Así que, poco después de tomar posesión, ya pudimos ver cómo le hacía la ola en la Casa Blanca un grupo de dirigentes sindicales, el día en que firmó el decreto para enterrar el tratado comercial del Pacífico. Y el pasado jueves, volvió a aparecer rodeado de trabajadores, esta vez metalúrgicos, que acudieron a reunirse con el multimillonario equipados con sus ropas de faena y sus cascos de seguridad, como si estuvieran en la factoría, para dejar claro quiénes eran y por qué estaban allí. Y que aplaudieron con las orejas cuando el presidente estampó su nombre en otro decreto, el que le permitirá imponer aranceles a las importaciones de acero y de aluminio con las que tiene que competir la industria estadounidense.

Alega Trump que Estados Unidos estaría sufriendo una invasión de metal barato procedente de China. Pero, a la vez, parece dispuesto a usar la amenaza de una guerra comercial como palanca de presión, no solo sobre Pekín, sino sobre sus propios aliados en Europa y el Extremo Oriente. Un juego peligroso, porque las guerras comerciales, igual que las otras, se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan y pueden ser devastadoras.

Seguramente, la sangre no llegará al río, pero es muy alarmante que desde Washington se coquetee con la idea de dar marcha atrás en la liberalización comercial global que los propios Estados Unidos han promovido durante decenios. Y de la que tanto se han beneficiado tantos países, incluyendo desde luego la primera potencia económica mundial. Aunque venga sazonada con aplausos proletarios, la batalla de Trump contra el metal barato puede salirnos a todos muy cara.