¿Guerra comercial? Todos pierden

Productores y consumidores se verán afectados si hay una escalada de proteccionismo como respuesta a Trump.

El presidente de Estados Unidos, el pasado martes en la Casa Blanca
El presidente de Estados Unidos, el pasado martes en la Casa Blanca

Entre los enemigos del comercio global, Donald Trump es un sospechoso habitual: lleva tres décadas cargando contra él. Por ello, no resulta raro que el ahora presidente de Estados Unidos, el mismo del ‘America First’, esté dispuesto a llevar su ideal hasta el final. “Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, afirmó en un elocuente tuit el 2 de marzo. Pero ¿qué significa y qué consecuencias puede tener?

¿Qué implica una guerra comercial?Todos los países exportan mercancías elaboradas dentro de sus fronteras a terceros países e importan otras producidas en el exterior. El comercio internacional ha experimentado un crecimiento enorme en las últimas décadas. Si en 1995 el volumen de exportaciones mundiales de mercancías fue de 4.163 billones de euros, en 2014 había alcanzado los 15.300 billones, según la Organización Mundial del Comercio.

Una guerra comercial aparece cuando un país aprueba barreras para uno o varios productos importados, como tarifas o aranceles más altos a un sector determinado, y a esta decisión responden otros países con medidas similares. La escalada puede tener consecuencias muy serias.

Como ha dicho Paul Krugman, abrir el melón de una guerra comercial es una "una iniciativa política verdaderamente terrible y necia", lo cual hace "muy probable" que Trump la lleve a efecto.

¿Qué ha anunciado Donald Trump?El presidente de Estados Unidos tomó el año pasado varias decisiones encaminadas a reducir la regulación comercial, lo que vino acompañado de un recorte impositivo valorado en 1,3 billones de euros (equivalente al PIB de España). Además, ha sacado al país del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) y presiona a México y Canadá para renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA en inglés) con la amenaza de romper la baraja.

En este contexto, Trump anunció a principios de mes un arancel del 25% a las importaciones de acero y del 10% a las de aluminio. Esto significa que por cada 100 euros de acero que adquiera del exterior una compañía estadounidense, a partir de ahora deberá pagar 25 euros extras. Con ello el mandatario aspira a privilegiar el mercado interior.

Aunque este anuncio ha sido el más sonado, no ha sido el único. A finales de enero, Trump impuso una tarifa del 30% a paneles solares producidos en el extranjero (en el segundo año bajaría al 25%, en el tercero al 20% y en el cuarto y último, al 15%). También hay restricciones a la adquisición de lavadoras. Mientras, dedicados a España -principal exportador- son los aranceles a la compra de aceituna, con una tasa media del 21,6%.

¿Habrá represalias de los países afectados?Es muy probable. Por ahora, la zona más beligerante ha sido la Unión Europea, que llevaba tiempo diseñando su respuesta a unas barreras comerciales que daba por seguras. La semana pasada hizo pública cuáles serían las primeras importaciones estadounidenses que penalizaría: las motos de la marca Harley Davidson, el bourbon y los pantalones vaqueros. La elección no es casual, ya que afecta a destacados líderes republicanos (Harley Davidson es de Wisconsin, estado de Paul Ryan; el bourbon proviene de Kentucky, como Mitch McConnell). Con ello aspiraría a equilibrar la pérdida que conllevaría la tarifa de Trump, estimada en 3.500 millones de euros. Sin embargo, hay un borrador provisional con otros productos, que incluyen productos relacionados con el acero y el aluminio y otros como las naranjas, los arándanos o la mantequilla de cacahuete.

Tras esto, Trump amenazó -aunque sonó más bien a bravata- con gravar un 25% la importación de vehículos, uno de los principales mercados exportadores europeos.

Mientras, China -para muchos, principal objetivo de Donald Trump- ha optado por mantener un perfil bajo. Tradicionalmente acusada de competencia desleal en el sector del acero, lo cierto es que las implicaciones para la economía china serán limitadas: apenas un 3% de las importaciones estadounidenses de acero en 2017 provinieron del país asiático. De hecho, China lleva años recortando su producción interna de acero por motivos medioambientales.

¿Quién sale ganando? Y ¿perdiendo?Si los aranceles acaban en el acero y el aluminio, las consecuencias serían limitadas, según los expertos. Sin embargo, si la escalada crece puede acabar afectando al crecimiento mundial y, en el escenario más negro, desembocar incluso en una recesión global.

Las principales afectadas son las empresas estadounidenses que emplean ambos materiales para elaborar sus productos finales, desde vehículos a trenes, aviones o edificios. Las opciones para estas empresas son reducidas: o aumentan el precio, o absorben el aumento del coste y reducen márgenes, o bien reducen la producción, lo que conllevaría despidos. La primera alternativa parece la más probable.

Pero es que encima en Estados Unidos no hay producción interna suficiente para abarcar la demanda que se generaría, lo que conllevaría precios más altos. De ahí la queja amarga que la cervecera Miller Coors -que emplea latas con aluminio- expuso en su cuenta corporativa de Twitter: “Compramos tantas latas de aluminio domésticas como hay disponibles, pero simplemente no hay suficiente suministro para satisfacer las demandas de fabricantes de bebidas estadounidenses como nosotros. Los trabajadores y consumidores estadounidenses sufrirán por esta equivocada tarifa”.

this misguided tariff. (3/3)

— MillerCoors (@MillerCoors) 1 de marzo de 2018

Sin olvidar las consecuencias sobre la competitividad de la industria acerera, a la que se reducen los incentivos para ser más productiva.

Tras la noticia, las caídas en la bolsa de valores como GM o Boeing evidenciaron la respuesta del mercado.

Por supuesto, los principales exportadores de acero a Estados Unidos -Canadá, Brasil, Corea del Sur, México y Rusia- se verán muy perjudicados. Canadá y Australia en concreto han anunciado que tomarán medidas.

A priori, los únicos ganadores aparentes son los productores domésticos de acero y aluminio y, en segundo plano, los denominados trabajadores de cuello azul estadounidenses, integrantes de la clase obrera, especialmente castigados por las deslocalizaciones y a los que Donald Trump lleva lanzando guiños desde antes de la campaña presidencial. Sin embargo, las consecuencias negativas de una guerra comercial también acabaría arrastrando a las potenciales compañías en las que los ‘blue collar workers’ podrían trabajar.

A largo plazo, en una guerra comercial todos pierden.

¿Hay algún antecedente?Lo hay. En 2002, George W. Bush impuso aranceles precisamente a la importación de ciertos productos fabricados con acero, aunque dejó exentos a Canadá y México. Las consecuencias fueron devastadoras, según documentaron Joseph Francois y Laura M. Baughman en un estudio para la Fundación CITAC. Así, Estados Unidos perdió unos 200.000 empleos debido al alza en los costes del acero; es decir, más puestos de trabajo que los directamente relacionados con la industria nacional del acero (187.500). Pese a que inicialmente las barreras comerciales iban a tener un periodo de tres años, Bush se vio obligado a suspenderlas apenas un año y medio más tarde por los adversos efectos.

También la guerra comercial desatada por la Ley Hawley-Smoot (la 'Tariff Act'), aprobada por Estados Unidos en 1930, tuvo efectos muy perniciosos, tras tomar represalias tanto Canadá como Europa.

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