Macron, Corbyn y Díaz

El análisis de las presidenciales francesas guarda cerradas similitudes con la situación de la política nacional y con el huracán que soporta el PSOE. La victoria de Macron, pese al acto previo de derrumbe del socialismo francés, beneficia a Díaz.

Se rompen y derrumban los partidos, pero no se diluyen las ideologías personales ni desaparecen los votantes. La grave crisis de la política europea atiende a un fracaso múltiple producido por la corrosión de las estructuras partidistas y por la falta de responsabilidad de algunos de sus representantes. La desafección, pese a su rotundidad, no alienta la orfandad del voto. La abstención, por ejemplo, no es una estación término, una opción permanente donde se acomodan las mayorías; tan solo se describe como un área de descanso que permite tomar distancia o madurar una alternativa. La tendencia electoral de la UE –el caso de España no es una excepción– describe cómo el voto ha buscado refugio entre las opciones que han mostrado una mayor capacidad de adaptación al entorno o, en su defecto, aquellas que mejor han sabido comprender lo que sociológicamente se demandaba en cada momento. Los cambios sufridos en la imagen y percepción que trasladan los partidos han sido radicales, no así en los deseos del votante, que al margen de su mayor o menor indignación o de su voluntad por infligir castigo a los políticos por sus muchos desmanes, continúa exigiendo respuestas.

Con la celebración de las últimas presidenciales y la elección de Emmanuel Macron, Francia se ha convertido en el gran ejemplo de la política adaptativa. Convertido en alternativa por los errores ajenos, el nuevo presidente de la Quinta República fue desde el primer momento el candidato de François Hollande y de la socialdemocracia. Con los votos en propiedad de la derecha moderada, entregados sin contraprestación alguna por un desnortado Fillon, Macron, sobre quien conviene recordar su condición de exministro de un Gobierno socialista, supo hacerse con el amplio y difuso espacio de la transversalidad ideológica que traslada el centro político. Convertido en el mejor espejo donde podían mirarse los desencantados votantes socialistas, Macron solo tuvo que dejar a Benoît Hamon (ganador en primarias frente a Manuel Valls) que insistiera en su mensaje próximo a Mélenchon.

Francia, que con las legislativas tendrá la oportunidad de comprobar el verdadero arrastre de Macron, ha vuelto a reproducir el tantas veces repetido mensaje de la teoría electoral clásica: los comicios se ganan desde el centro, con los votos prestados de la izquierda y la derecha. La victoria de Macron, al margen del imprescindible mensaje de estabilidad lanzado en beneficio de la UE, ha servido para fortalecer el proyecto de la socialista Susana Díaz, quien en menos de una semana ha cosechado los buenos datos del CIS y la rectificación, o simple cambio de rumbo, de un Pedro Sánchez que en pleno proceso de primarias se muestra repentinamente consciente de los peligros que tiene para el PSOE una aproximación a Podemos.

El éxito del mensaje de centralidad ofrecido por Macron, que en España ha sido interesadamente identificado con Albert Rivera, reside en la huida de los extremos y en la aceptación de que su salud electoral guarda relación directa con el abandono del socialismo francés de esa misma centralidad, también perdida cuando Valls aplicó las recetas propias de Los Republicanos de Fillon. Los resultados de las presidenciales francesas no han sido, en cualquier caso, interpretados bajo este signo al otro lado del Canal. El laborista Jeremy Corbyn, cuyo borrador de programa para las elecciones del 8 de junio fue filtrado a la prensa, entiende que la mejor manera de combatir a Theresa May consiste en dar un nuevo giro a su partido hacia la izquierda. Las diferencias con el sector más moderado del laborismo han estallado rápidamente y ya anuncian una tensa campaña en sus filas.

La nueva política ha roto la tradicional fidelidad entre votantes y partidos, abriendo un ancho campo de actuación donde las siglas han perdido buena parte de su identificación y fidelidad pasadas. Ignorar todo esto o, en su defecto, pensar que aún se puede vivir de las rentas obtenidas en el pasado, resulta tan arriesgado como creer que el mensaje de las últimas elecciones continúa siendo igualmente válido.