Los productores de alfalfa encaran una mejor campaña tras la fuerte caída de producción por la falta de agua el pasado año
Las previsiones apuntan a una cosecha cercana a los 1,3 millones de toneladas, frente a los 980.906 que se obtuvieron durante la campaña 2023-2024, de las que el 61% se produjeron en Aragón.
Los productores de forrajes deshidratados encaran una nueva campaña. Comenzó el pasado 1 de abril (va de abril a marzo) y lo hizo, a priori, en un escenario muy distinto al que se vivía hace ahora un año, en el que la extrema sequía ya hacia presagiar los peores augurios. Ahora, con la reservas hídricas muy recuperadas, la Asociación de Española de Fabricantes de Alfalfa Deshidratada (AEFA) estima que la producción podría rondar los 1,3 millones de toneladas este año, en el que también se espera un incremento del 5%, hasta las 100.000 hectáreas, de la superficie destinada a los forrajes.
Nada tienen que ver estas cifras con las cosechadas en la pasada campaña, que se cerró a finales del pasado mes de marzo. La ausencia de lluvias y la falta de reservas hídricas disponibles para el riego condicionaron la producción de alfalfa deshidratada, que ha cerrado la campaña 2023-2024 con 980.906 toneladas. La cifra supone un descenso del 22% respecto al año anterior, pero finalmente ha sido menor que el estimado al comienzo de la campaña.
Del total nacional, Aragón produjo el 61%, (604.000 toneladas), seguido de Cataluña con el 17% y de Castilla y León con el 10%. Y aunque todas la regiones productoras "sin excepción" se anotaron descensos, la producción aragonesa fue la que menos cayó (-17%), mientras que Castilla y León y Castilla-La Mancha acusaron las mayores caídas (-35%).
Dos realidades
"Este año el mercado ha tenido dos realidades muy diferenciadas", explican desde AEFA que se refiere así a "lo sucedido en el mercado nacional" por un lado, y por el otro, "al desarrollo que han llevado las exportaciones".
La sequía y la falta de pasto marcó el inicio de la campaña, a lo que sumó la falta de existencias al final de la misma. "Esto hizo que los ganaderos nacionales entrasen en una psicosis total ante la posibilidad de quedarse sin alimento para los animales si la falta de agua se alargaba en el tiempo", explican desde la asociación, que detalla que "entre los meses de abril y junio, todo lo que se producía se sacaba al mercado nacional".
La situación se alivió con las lluvias de junio y septiembre, que propiciaron que la demanda interna volviera a la normalidad
Lo sucedido en las ventas al exterior se explica en dos fases. Una de ellas estuvo condicionada por la época de sequía, durante la cual hubo "alguna opción de cerrar operaciones a precios interesantes", aunque las dudas que planteaba la disponibilidad de producto "hizo que muchas industrias no se comprometiesen con contratos para servir durante toda la campaña", explican desde AEFA, que señala que en ese periodo también había dudas sobre la situación del mercado en Asia, debido a los altos precios de la última campaña y a los bajos precios de la leche en esos mercados.
Pasado el verano y con los almacenes ya con producto disponible gracias a las lluvias de junio, las industrias de alfalfa deshidratada esperaban a los compradores internacionales, pero estos se resistían a llegar o no se mostraban dispuestos a pagar el precio de nuestro producto. "Un precio -señala dicha asociación- condicionado por el precio de compra al agricultor y por la gran diferencia con el mercado nacional". En este escenario, las salidas se produjeron con cuentagotas hasta caer un 50% respecto a años anteriores, un problema de demanda, matiza AEFA, al que se unió además los problemas en el Mar Rojo, por los ataques hutíes a los buques comerciales en represalia a los bombardeos de Israel en Gaza.
