Por
  • José Luis de Arce

¿Hacia una mejora de la economía mundial?

He asistido recientemente a un par foros financieros en los que un grupo de analistas pasaba revista a la situación económica mundial y se atrevía a hacer pronósticos sobre el futuro; siempre con la prudencia debida, pues es bien sabido que cualquier estornudo puede contagiar el constipado a todo el planeta y alterar por completo planes y conjeturas. Por primera vez en ambos casos se coincidía en una visión positiva y optimista global, si bien señalando tres factores de riesgo extraeconómicos que podrían dar al traste con las perspectivas de bonanza general: las consecuencias e implicaciones del ‘brexit’, especialmente en la eurozona; la evolución de la política estadounidense en esta ‘era Trump’ y el riesgo de la actitud provocativa de Corea del Norte; aunque, para Europa, tanto el ‘brexit’ como la actuación involutiva norteamericana también podrían suponer un estímulo para una nueva etapa de recuperación del proyecto europeo.

El crecimiento, se decía en ambos foros, reúne ahora dos características que algunos economistas definen como necesarias para que se produzca: la consistencia y la persistencia. Ambos elementos están ahora presentes en la economía global, pues mientras existe un crecimiento relativamente equilibrado (consistencia) en todas las zonas del mundo, se observa una tendencia a que se mantenga (persistencia), lo que augura un relanzamiento de la economía y una etapa de prosperidad y oportunidades.

Lamentablemente, el mundo va a seguir siendo injusto y desigual y no todos se beneficiarán de esta posible bonanza; seguiremos atemorizados por el terrorismo y seguirá sin resolver el grave problema del cambio climático, cuyos efectos, dígase lo que se diga, están ya siendo notables; y la riqueza aumentará de forma principal en provecho de unos pocos.

Alguna ventaja habrá de tener, sin embargo, un tiempo de estabilidad y prosperidad económicas: sin duda deberán mejorar el empleo y la retribución del factor trabajo; aumentará la demanda de bienes y servicios, lo que traerá nuevas inversiones y mejorará la situación fiscal general; decaerán los populismos en la medida en que se restablezca la seguridad en el empleo y se dignifiquen las rentas salariales… Cuando la economía crece, las clases medias recuperan su condición de colchón de estabilidad y destierran cualquier aventurerismo revolucionario.

No sé si es una visión excesivamente optimista la que se ha dibujado en estos encuentros sobre la economía mundial; solo el paso del tiempo lo podrá ir, en su caso, confirmando. Pero sí hay una conclusión evidente: cuantos más participen y se beneficien de esa nueva y deseable prosperidad, mejor nos irá a todos y se evitarán tentaciones involucionistas. De ahí la necesidad de que los gobiernos apliquen las medidas redistributivas y fiscales que garanticen la extensión de las bondades del crecimiento a la mayoría de sus ciudadanos. Esa será la verdadera piedra de toque para saber si en realidad el mundo mejora o si todo se sigue moviendo en la pura teoría.