Lágrimas de felicidad

Capítulo V

 

Siete kilómetros, mamá. Si los hacía en un periquete cuando apenas había aprendido a andar en bicicleta. ¿Estás contenta, mamá? No sufras, que me dicen que llego. No les mires a ellos; sólo a mí. Voy bien. Me cuesta, pero voy bien. No te inquietes: escúchale a Álvaro. ¿No le oyes? Y ponte alguna radio de esas que ya saben desde hace mucho que voy a ganar.


A ganar, papá. Eso dicen, al menos. Pero yo no me tengo que preocupar de eso. Sólo de pedalear, de pedalear. Llevo muchas horas, ¿verdad? Muchas más hemos hecho tú y yo en carretera para poder llegar a tiempo a una salida en aquellos tiempos de infantiles, de cadetes, de juveniles. Gracias a ti me enganché con Ignacio Labarta en aficionados. Y ahora ya no queda nada para la meta. Para la meta, papá, para la meta: una etapa del Tour de Francia. Ríe y llora. ¿Quién ha dicho que los hombres no lloran?

Óscar, con tanta gente no acabo de distinguirlo, pero me parece que aquel es el descansillo previo a las rampas largas. Sí, sí... "Vamos, vamos, vamos, vamos". Es más agotador el desgaste psicológico que el físico. Aquí el segundo es eterno -y el de los demás, dura centésimas-. Cinco a meta. ¿Has hablado con Silvia? Va a tener que pagar una comida...


Me vuelven a pasar las referencias. Es una información constante cada dos o tres kilómetros. Veo al de la moto con la pizarra e insiste en que mi ventaja es de 2.30. Es muy profesional: espera a que levante la cabeza, se asegura de que he visto el tiempo y se marcha como ha llegado, aprisa.


Mucho más cariño ponen los cámaras de televisión, que han convivido conmigo a lo largo de los últimos kilómetros. Alguno de los motoristas no tiene reparos en animarme; me sonríe, me transmite su estímulo. Y a esas alturas, resulta edificante. Porque ya no puedo más. Estoy roto, cansado, muy cansado.


Yo no quiero hacerme ilusiones, pero... Ana. Que creo que puedo ganar. ¿Cuántas veces me lo has dictado al oído? Lo tengo esculpido en el alma, con la piedra de tus palabras. Me reía cuando te ponías tan seria para exigirme. Y mira, Ana. Ya lo toco con la punta de los dedos. ¿Te parece un buen regalo de boda? Me hacía mucha ilusión poder ofrecértelo. Era una sorpresa... Pero, por favor, no miréis atrás. ¿Cómo viene el americano?


Apenas si han recortado unos segundos. Pino se lo dicta desde el coche, pero a Fernando le cuesta creérselo. Lleva encima una paliza enorme. Y aunque sabe que ha coronado con tiempo en Val Louron y que ha conservado su ventaja hasta llegar a los tobillos de Piau Engaly, tiene sus dudas.


Tres a meta. Al lado de la pancarta, un odioso cartel anuncia el porcentaje de la ascensión de ese kilómetro. La mayor parte de las veces, lo veo con cierta indiferencia. Hoy, el dibujo de ese ciclista que busca el cielo es una espada en el alma.


Dicen que cuando llega la muerte a uno se le pasa la vida por la cabeza. Pues tal vez viva una muerte dulce. Me acuerdo de todos y soy feliz, muy feliz. Todos me miran y me felicitan. Me gritan, chillan, me animan, me llevan. Hoy es el día grande y me he convertido en el protagonista. Pero que conste que voy hacia abajo. Las fuerzas se me escapan.


Ya nadie tiene duda de quién va a ganar la etapa reina. La ventaja es suficiente para solventar con holgura el triunfo parcial. Que supone, además, un salto al segundo lugar en la general, tras Lance Armstrong. El jefe de filas del US Postal ha dado, además, por primera vez, ciertas muestras de fragilidad en los últimos kilómetros. Incluso Alex Zulle, segundo en Piau Engaly, le ha tomado unos segundos. Este suizo será el gran enemigo de Escartín en la lucha por la 'plata' de este Tour.


Pero la general es la guinda del pastel. Pancarta de último kilómetro para la línea de meta. Mi director se me ha confesado: "La etapa es tuya y tienes el podio en la mano". Estoy muy cansado. ¿De verdad que no vienen? Tengo la carne de gallina. No puedo más; la emoción se me apodera. Estoy llorando. Es verdad, lloro. Sin consuelo y apasionadamente. Son las lágrimas de reconocimiento a quienes me han ayudado, a mi familia, a los míos, a quienes han confiado en mí. Para todos vosotros va a ser esta victoria.


Este kilómetro es eterno. No acaba nunca. Me han asegurado que tengo más de dos minutos. Y aún así, tengo que mirar hacia atrás. Se apodera el temor; pedaleas con las sombra de la duda. Pero ya soy capaz de oír al locutor. No sé qué es lo que dice, pero su voz me envuelve el alma. Veo la pancarta.


Un bocinazo de reconocimiento por parte de Álvaro Pino, que tiene que desviarse ya en la recta de meta. Luces del director de carrera, sirenas de las motos de los gendarmes, una nube de fotógrafos.


Lanzo mi beso al cielo. Tal vez en agradecimiento por la posibilidad de disfrutar de un momento como éste. Por sí solo, eclipsa cualquier otro mal momento de mi trayectoria desde que empecé a montar en bicicleta. No sé en qué pensar: en todos y en nadie.


Ya en la meta, sólo oigo elogios, como en decenas de idiomas: Gracias, mercy, thank you... Sigo llorando, incapaz de echar el cierre a una fuente que mana sentimientos e ilusiones. Y un sueño convertido en realidad. En mi nube, ya dentro de la 'roulotte' previa al podio, pregunto por mis rivales. Aún les cuesta llegar. Multiplico mis abrazos. Joan Mas me aprieta satisfecho, feliz. Estoy convencido de que hoy llorará. Al fondo está papá. Ya sólo le veo a él. El abrazo me llena tanto como la victoria: "Felicidades, hijo. Estoy muy orgulloso de ti".


"Han pasado las dos jornadas de los Pirineos. Las sensaciones que me han quedado han sido muy positivas. Para ser sincero, me siento feliz, extraordinariamente contento. Poco a poco, voy asimilando el éxito que supuso el triunfo de Piau Engaly, una victoria por la que he trabajado mucho y mucho tiempo. Por si esto fuera poco, la segunda etapa pirenaica también ha resultado favorable para mis intereses. Dufaux y Virenque se han quedado en la clasificación general a una distancia considerable de mí. La verdad es que, aunque no se puede cantar victoria hasta el último instante, el podio de París lo tengo prácticamente asegurado. En los Pirineos todo ha salido redondo. Muy mal me tendrían que ir las cosas en la contrarreloj para no subir al cajón".


Has perdido un sueño y has ganado la realidad...

He sentido una gran alegría por este triunfo. Era una jornada preciosa, la reina del Tour, la más dura... Incluso creo que lo que hice aquel día aún no he conseguido asimilarlo: sé que es una victoria muy importante y la disfruté muchísimo. Es impresionante el cariño de la gente y cómo me animaban a lo largo de toda la carretera, a pesar de que no fuera un corredor de su país.

 

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