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Real Zaragoza: la brújula del rombo

El Real Zaragoza reordenó su fútbol con el sistema que mejor fútbol le ha exprimido desde el mes de agosto. En un día de revolución de nombres en la alineación, ese viaje al pasado fue la verdadera transformación

Andorra-Real Zaragoza
Andorra-Real Zaragoza
Carlos Gil-Roig

El regreso al rombo fue el modo que tuvo Fran Escribá de proclamarle al universo desde las montañas del Pirineo que su pizarra se escribe con un tiza flexible y plural, lo suficiente como para dibujarle al equipo una geometría variable más allá de su 4-4-2 clásico y de doble pivote. Los debates sobre el inmovilismo del técnico encontraron en Andorra una contestación en un partido sometido a dos pliegues de los que el Zaragoza salió, primero, con varias respuestas, y, después, con las mismas dudas que rodean su fútbol desde hace semanas. Lo mejor fue la victoria, como lo es volver al ascenso directo, y ese será el argumentario sobre el que pivoten los discursos oficiales. Es así, y así debe ser.

Al partido de Andorra se le puede despojar de casi todo lo sucedido en los 45 minutos de una segunda parte en la que el Zaragoza fue un equipo jugando en una habitación a oscuras, sin remedios ante un rival con diez hombres pero que, gracias a su portero, niveló las cosas. Estaba sucediendo lo inexplicable. Un equipo en inferioridad le estaba generando superioridades al otro, encendiéndole hogueras ante las que no había extintor a mano. Los porteros con buenos pies y lectura de jugador de campo son el Proyecto Manhattan del fútbol: la bomba atómica con la que desequilibrar los acontecimientos.

Es lo que le hizo Éder Sarabia al Zaragoza en la segunda mitad en cuanto pasó por los vestuarios y ganó tiempo para hacerse el valiente e ir a por el partido porque la ventaja del Zaragoza era mínima. Hasta entonces, el equipo aragonés le había sometido. Ayudó la expulsión de Bover, pero Escribá ya le había puesto las cosas difíciles en el once contra once. Lo hizo desempolvando el rombo. Regresando así al pasado del mejor Zaragoza desde agosto, en aquellos partidos luminosos contra Millonarios o Villarreal B. Fue la verdadera transformación de un equipo al que el entrenador valenciano le pegó otro zarandeo con seis cambios nominales en la alineación. Incluso en una semana con partido en unas horas frente al Alcorcón parecieron demasiados, no solo por el número sino, principalmente, por los elegidos. 

Todo ganó sentido cuando se organizaron en el campo: Escribá metió a sus dos centrales más creativos (Francés y Lluís), le dio el vértice inferior del rombo a Marc Aguado, a quien el sistema le va como un guante, y lo rodeó de tres jugadores con buen juego corto y pie para el pase como Maikel Mesa, Grau y Sergio Bermejo, y lanzó al ataque a dos jugadores rápidos, profundos, agitadores y molestos como Mollejo y Manu Vallejo, a quien aún le faltan piernas y claridad para sumar lo mínimo. Todas las piezas parecían bien ordenadas, incluso Bermejo como mediapunta y no Mesa, porque el madrileño, en una posición donde se recibe de espadas, es ágil y habilidoso para girarse.

Escribá desafió así al Andorra con una propuesta de acento asociativo: iba a replicarle en los modos, pero con un futbolista más en el medio y marcas individuales en el centro del campo. Así, el Zaragoza se sintió más a gusto con la pelota, la tuvo en el once contra once ante un rival al que no es sencillo discutirle la posesión, defendió más arriba, progresó el juego más que otros días pese a que sus laterales apenas ofrecieron metros ni por la derecha ni por la izquierda… El Zaragoza tenía las cosas controladas en todo momento, el Andorra tenía su centro de producción cegado y la expulsión de Bover terminó por ponerle de cara el partido al conjunto aragonés. El gol de Mollejo pareció el candado definitivo.

El Andorra decidió entonces sostener el 0-1 refugiándose en su campo, para, tras el descanso, abrirse, subir metros, arriesgar y ponerle cruda la victoria al Zaragoza, a quien Escribá trató de proteger devolviéndolo al 4-4-2 con doble pivote tras la entrada de Valera. El equipo no se encontró y sufrió en casi todos los tramos del campo. Ni controló la situación ni tampoco abrió vías para el contragolpe. El día acabó pareciendo como uno de tantos más del último mes, pero el Zaragoza había sido otro.

El rombo le devolvió cierto orden, estructura y líneas de construcción aunque no se generaran mayores ocasiones de gol. Quizá fue una fórmula coyuntural ante la naturaleza del rival, o quizá Fran Escribá encontrara en esta primera mitad en Andorra la brújula que le estaba faltando al equipo. Lo veremos muy pronto. 

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