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Luis Cantarero: "Muchos padres de futbolistas ven la realidad del fútbol distorsionada"

Nacido en Zaragoza en 1965, licenciado en Psicología y doctor en Antropología, fue jugador del Calasanz, Real Zaragoza, Oliver, Atlético Monzón, Endesa Andorra, Fraga, Ebro y Sabiñánigo.

Luis Cantarero, hojea su libro 'Cállate, papá' ante la fachada de la iglesia de San Miguel, en Zaragoza.
Luis Cantarero, hojea su libro 'Cállate, papá' ante la fachada de la iglesia de San Miguel, en Zaragoza.
Oliver Duch

El fútbol tiene bastante más de un siglo de existencia y forma parte de la vida de millones de personas, de una manera u otra, a lo largo de este ya largo tiempo. Son infinitas, en el mundo, las generaciones que han crecido con el llamado ‘deporte rey’ como compañero, referencia, entretenimiento, afición o, incluso, profesión, en pasajes más o menos largos de sus experiencias vitales. Lo ocurrido alrededor de este deporte, mutado a industria millonaria en su estrato más alto a lo largo de, sobre todo, las dos últimas décadas que coinciden con el inicio del siglo XXI, es motivo de un singular análisis por parte de Luis Cantarero en un libro nacido de sus propias experiencias recientes como padre de futbolista en edad infantil.

‘Cállate, papá’, ¿es la lección y reflexión de un padre de futbolista para los padres de futbolistas?

Pues sí. Igual sí es así. Ser padre de un niño que, ahora, juega a fútbol me ha permitido en los últimos tres años una serie de cosas que antes no veía. Ni aun siendo yo futbolista, psicólogo de un club, profesor o aficionado sin más. Es una perspectiva muy diferente que uno no tiene si no es padre de futbolista en estos tiempos que corren.

Un padre que no es un padre cualquiera. Usted es un padre que ha sido futbolista semiprofesional en su momento, que durante 20 años pisó campos de fútbol y vestuarios hasta llegar a Segunda B.

Este valor personal de uno queda en entredicho hoy en día cuando estás viendo a tu hijo jugar en cualquier campo de Zaragoza o Aragón. Ves cada partido de otro modo porque los padres observamos a nuestros hijos fallar un pase, fallar un gol, hacer mal un despeje… y ahí surgen muchas de las reacciones anómalas en mucha gente, en muchos padres, que se te impactan. Es algo sorprendente en muchísimos casos.

Además, usted ha sido psicólogo del Real Zaragoza durante casi una década, trabajando con la base. Y vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo. Conoce muy bien a la gente joven, al adolescente tipo de este mundillo.

Sí. Esta experiencia me ayuda a ir más allá de lo que es la percepción normalizada de esa figura del padre ‘energúmeno’ que es habitual en muchos campos cada fin de semana. Conozco el ambiente y he visto la evolución tremenda que ha habido desde que yo jugaba de niño, hace casi 40 años, a ahora. Hay muchos factores que han derivado en este tipo de conductas beligerantes que hoy son aceptadas en general como normales. En el libro intento dar una explicación que sirva para corregir lo inadecuado del comportamiento de esta parte de los padres, que no son todos, por supuesto.

Ir a ver a su hijo Teo jugar con el Stadium Casablanca ha terminado por variar su foco de atención: lo importante y llamativo está fuera del campo, tras las vallas. Terrible percepción.

Sí. Hay días que es para echarse las manos a la cabeza. Una vez, en lo que fue el detonante del libro, oí a un padre gritarle al árbitro en el minuto 1 con insultos; el árbitro paró el partido, se dirigió a ese padre y le dijo que, o se iba del campo, o suspendía el partido… y se tuvo que ir a casa por la presión de los demás presentes. Otro día escuché a un entrenador que les decía a los chicos, con exabruptos, tacos y blasfemias, el modo con el que tenían que jugar. Un método brutal, hiriente Y, en otra mañana concreta, en un campo de Zaragoza, observé cómo un portero se volvía hacia atrás y, en medio de una bronca, le gritaba a su padre ‘cállate, papá’, por el modo insultante y agresivo con el que se estaba manifestando con el árbitro y los rivales durante todo el tiempo. Ahí titulé este ensayo. Fue rotundo.

Vayamos a los cambios generacionales. Cuando usted era niño, adolescente, y jugaba en el Calasanz o, después, en el Real Zaragoza infantil y juvenil, ¿cuantas veces fue su padre a verlo en los partidos?

Casi nunca. Los padres, en general, en aquellos años setenta y ochenta ni eran tan forofos como ahora ni acudían a los partidos de los hijos. Eso lo puede certificar cualquiera de los miles de chavales que jugamos en aquellos tiempos. Yo empecé con 12 años en el infantil del Calasanz. Y hasta que no tuve 16 y nos enfrentamos una mañana al Real Zaragoza en Escolapios, en La Almozara, primero contra segundo en aquella liga nacional, no vino mi padre a un partido mío. Después, ya de adulto, cuando jugué en el Real Zaragoza o en el Endesa Andorra de Segunda B, se escapaba de vez en cuando, pero no era asiduo. Yo jugué desde los 12 años hasta los 33 y mi padre no estaría viéndome ni en 30 partidos. Ahora, esto es radicalmente distinto.

¿Cuál es su primera explicación a este cambio de costumbres?

Hoy en día, que un hijo juegue al fútbol, en muchas casas, se contempla como una inversión a futuro. Los padres ven esta actividad como una opción de salida profesional del crío y, si sale bien, de toda la familia. Se ha perdido el concepto de que el fútbol de los niños es puro entretenimiento, un ‘hobby’, un desahogo de su vida estudiantil. Hoy, desde benjamines, los padres no paran de ver, o de querer ver, Messis y Cristianos Ronaldos por los campos.

El fútbol ya no es un deporte de la calle, lindero con el romanticismo. Aquellos partidos en los recreos, en las eras, en las replacetas…

No. Esto es una industria que, además, capilariza sin remedio desde arriba hasta muy abajo. A través de la televisión, a los padres se les está vendiendo que los niños son futuribles profesionales de un mundo lleno de millones de euros, de grandes salarios, de fichajes de alta rentabilidad… en una sociedad como la que vivimos, hay familias que ven en el fútbol una colocación, un empleo de alto ‘standing’ a corto plazo. Y hay que gritar a todo el mundo que esto no es verdad. Como dijo Del Bosque, hay 20.000 partidos todos los fines de semana en España, pero solo 25 de ellos con futbolistas totalmente profesionales. El resto, deberían ser partidos de ocio y entretenimiento… pero algunos padres, de manera equivocada, engatusados por la industria del fútbol y sus tentáculos, lo han ido llevando a lo que vemos en la actualidad. La realidad está distorsionada. Mucho.

¿Que fue primero, el huevo o la gallina? ¿Han sido esos padres los que han convertido a los niños en potenciales flotadores económicos de las familias o el problema viene desde la propia industria, que seduce a los progenitores?

Yo creo que es la industria del fútbol profesional el origen de todo. Los padres a los que me refiero están secuestrados de algún modo, en un mundo en el que agentes, representantes, empresas de apoderamiento de futbolistas, les transmiten una idea de futuro que los imbuye perversamente. Hay niños que, con menos de 12 años, ya tienen representante. Cada vez más. La cifra de edad viene descendiendo progresivamente con el paso de los años. La industria del fútbol tiene a mucha gente ganando dinero bajo su techo. Y no solo afecta al fútbol profesional.

¿El último paso puede ser que los agentes de futbolistas hagan guardia en la puerta de las maternidades?

Sí, sí. No cabe descartarlo. Mire, cuando uno monta una escuela de tecnificación o un campus con chavales de 5 o 6 años, ya está insertando a los niños en esa industria del fútbol de algún modo. Los objetivos iniciales son los de enseñarles a jugar al fútbol, pero en el fondo subyace el negocio. Se atrae a las familias y a los chicos hacia esos sueños de grandeza, se entra en contacto ya con ojeadores, con ‘scoutings’ que prometen cosas cuando esos niños aún no han cumplido los 7 o los 8 años. Esto es así. No solo se capta material humano para que sea futbolista, también se explica, a quienes no tienen tantas aptitudes para jugar, lo importante que es ser entrenador, o preparador físico, o agente de jugadores… se abren caminos para ganar mucho dinero a través del fútbol desde que los chavales son chavales. Y los padres no son ajenos a todo esto. Hay familias que establecen sus relaciones sociales con la base puesta en el futuro del niño dentro del fútbol.

Describe usted una especie de estrato social de nuevo cuño.

Es que es así. Los padres de este perfil se relacionan entre sí. Se retroalimentan en sus contactos diarios, en los entrenamientos, o cada fin de semana, en los partidos. Llegan a organizar estrategias de movimientos futuribles en los equipos, todos a una, muchas veces dirigidos por agentes externos que son comunes a todos. Cuando Iniesta se retiró, recuerdo que su padre salió a los medios de comunicación resaltando que el chico dejó su casa en un pueblo de Albacete a los 12 años para irse a Barcelona, solo… y ha logrado tener fama, dinero, popularidad, ser campeón, un ídolo. Esto lo oyen este tipo de padres y les genera un estereotipo que cualquiera de ellos desearía tener en su casa con el suyo. Los hay que se lo creen, que consideran que es posible. O cuando sale la madre de Iñaki Williams, el del Athletic de Bilbao, contando lo mal que lo pasaban en casa hasta que el chico llegó al profesionalismo y los sacó de pobres… estos mensajes no son gratis desde el mundo de la industria del fútbol.

Usted describe el otro lado de esta luna, el que no se ve.

Sí. Porque solo se habla de estos casos de Iniesta, de Messi, de Cristiano, de Williams… son los que venden periódicos, dan audiencias en la radio y la televisión, son los que interesa vender. Y se esconden los casos de decenas, cientos, miles de niños que, como ellos, también dejaron su casa con 12 o 13 años para irse a probar fortuna con el fútbol y no les fue bien. Fracasaron. De ellos nadie sabe nada. Y hay muchas frustraciones extendidas por España a cuenta de esto. Muchas vidas torcidas por malas elecciones con el asunto del fútbol y la presión de los padres. Unos padres que deben saber que, entre miles de muchachos de una edad concreta, solo llega uno a la élite, si llega. En los clubes no hay formación de padres, y debería haberla. Yo esto lo denuncio. Es un error gravísimo.

Usted lo intentó en el Real Zaragoza durante casi una década.

Sí. Los padres agradecían en aquellos años que se les diese un espacio y se les dedicara un tiempo. Les trasladé una idea del fútbol mucho más real de la que muchos tenían en su cabeza. Pero aquello se acabó. Yo he visto a muchos chicos caer en la frustración por no progresar en el fútbol. Y, del error global, a mí los padres me pueden acabar dando igual, pues tienen 40 o 50 años y su vida más o menos hecha. El problema serio en todo esto es el futuro de los chicos afectados. Mire, eso del ‘sí, se puede’, es una de las mayores mentiras del mundo del fútbol. No se puede siempre llegar a jugar en Primera o Segunda División y ganar dinerales. Hay unos, muy pocos, que pueden. Y otros, la mayoría, que no pueden. Esto deriva en relaciones personales pésimas entre niños, entre familias, en depresiones. El ‘cállate, papá’ es el grito de la salud mental del niño que se da cuenta de lo que se pretende con él. «Deja que me divierta y no presiones; concibe que esto es un ‘hobby’, no una inversión millonaria», le dice el hijo al padre.

Teo, su hijo, ¿qué años tiene?

Doce.

¿Y ya ha tenido pretendientes para ser su representante?

No. Pero veo y sé que, hoy en día, en el mundillo del fútbol es una figura imprescindible. Si alguien no está en una empresa de estas o tiene un mentor, no progresa nada. En el mercado, alguien ha de mover el género. Si alguien quiere jugar, en la categoría que sea, o se pone en mano de uno de ellos o está perdido. El negocio ha llegado a este punto.

Pues tiene ante sí un problema si el chico sale parecido al padre.

Con 12 años no lo dejaré jamás entrar en este juego. Si, luego, llega a los 18 o 19 y, ya con mayoría de edad, él quiere seguir adelante, habrá que verlo. Entiendo que, como en cualquier profesión, hay representantes malos, regulares y buenos. Supongo que hay que saber elegir, como en todo oficio. Llevo viendo a mucha gente, a muchos representantes, que se están aprovechando de esta espiral que se vive en el fútbol-negocio desde hace unos años. Tipos que dejan colgados a los niños cuando ven que no les interesan. Gente inmoral, tratantes de ganado que abandonan en la estacada a personas cuando no ven lucro. No quiero ser pesimista. Al contrario, sueño con que esto tenga un día arreglo. Pero es difícil, porque habría que abordar este asunto de los representantes, de los padres, de los clubes, de las apuestas, … Todo va unido. Es un negocio que, en muchos de sus rincones, acaba derivando a cuestiones impuras. Esto se niega. Se tapa. No interesa. Pero existe. Solo se cuenta el éxito, las ganancias de unos pocos. Y se eluden los fracasos, la infelicidad personal, los hundimientos académicos de infinidad de chicos a cuenta del fútbol.

¿Que un niño abandone los estudios con 15 o 16 años para apostar todo a ser futbolista profesional es moneda común?

En muchas casas eso se ve como algo natural. Y es una barbaridad instigada por las gentes del negocio del fútbol. A mí cuando un chico me dice que deja los estudios porque no tiene tiempo a causa del fútbol le digo que eso es mentira. El futbolista, y doy fe de ello, es el deportista que más tiempo tiene para hacer las dos cosas, es el que menos horas invierte en entrenar al día en los deportes de élite. Que le pregunten a un atleta, a un ciclista, a un nadador, a un gimnasta… Este es otro efecto nocivo que, vía padres, está proliferando cada vez más. Es un error brutal admitirlo desde el prisma de los padres. Y las consecuencias posteriores suelen ser terribles en lo personal.

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